Mónica Montañés nos cuenta en estas líneas, cuajadas de anécdotas y sentimiento, cómo surgió la idea de escribir “Los distintos”, un relato basado en la infancia de su padre y su tía, y dedicado a todas aquellas personas que se han visto obligadas a meter su vida en una maleta y empezar de nuevo en otro lugar.
Mi historia con este libro está llena de magia.
Podríamos decir que todo comenzó en el 2016, en una ciudad venezolana llamada Valencia. Yo entonces vivía en Caracas, pero fui a Valencia a acompañar a mi tía Amparo a la Feria del libro donde iba a ser homenajeada por su larga trayectoria como bibliotecóloga. Como sobrina, escritora y lectora, tuve el honor de formar parte de ese homenaje pues me encargaron hablar de mi tía como mujer, como persona, contar quién era ella fuera del universo de las bibliotecas. El encargo me resultó delicioso no solo porque es una mujer a la que quiero y admiro muchísimo, sino porque daba la casualidad de que yo estaba en ese momento escribiendo un libro íntimo sobre mis abuelos, mi papá y mi tía. Tenía mucho que contar sobre ella.
En esa feria coincidí con Pancha Mayobre, quien me escuchó hablar sobre todo lo que le había tocado vivir a mi tía siendo niña: la guerra y la postguerra en su país natal, tener que ir a un colegio de monjas, en la España franquista, siendo la hija de un “rojo”, dejarlo todo y tener que emigrar junto a su familia a vivir a un país ajeno. Pancha me propuso que escribiera un cuento sobre eso. Presentía que las historias de la pequeña Amparito podían resultar muy atractivas y actuales para otros niños y niñas que hoy en día estaban teniendo que atravesar por circunstancias parecidas.
El proyecto me pareció maravilloso. Yo siempre había querido escribir algo para Ekaré pues casi todos los libros favoritos de mis hijos, esos que les leía antes de dormir, eran de esta editorial. Pero, además, ya mis niños y los de Pancha se habían tenido que despedir de tantos amigos que se iban de Venezuela con sus familias a vivir a otros países. Me parecía fantástico, importante, poder contarles sobre una niña de su misma edad que había tenido que emprender el mismo viaje, pero a la inversa. Hablarles de otra época en la que miles de familias como las suyas se habían ido de Europa para Venezuela donde encontraron las condiciones idóneas para establecerse y empezar de nuevo. Que el cuento de la pequeña Amparito pudiera servir para entender que no hay países mejores que otros, solo circunstancias, que la vida te puede cambiar de pronto y se sobrevive.
Entusiasmada, no más regresar de la feria, me senté a escribir. Y así, escribiendo, empecé a escuchar no solo la voz de mi tía sino también la de mi papá. Eran hermanos, se llevaban apenas dos años, les tocó vivir lo mismo. Sin embargo, cuando yo les había pedido que me contaran sus infancias, sus cuentos eran muy distintos. Recordaban cosas diferentes. Vivían juntos, pero las cosas que le habían llamado la atención a uno al otro no le importaban o ni se había fijado en eso.
Esta diversidad de opiniones, recuerdos y anécdotas sobre un mismo hecho me resultaba fantástica como escritora. Me brindaba la posibilidad de escribir su cuento desde distintos ángulos, enriqueciéndolo. Fue así como surgió la idea de escribir “Los distintos” con dos protagonistas: Paquito y Socorritos, y que cada capítulo estuviera narrado en primera persona por uno de ellos. La idea me gustó porque significaba un reto para mí. Hice una suerte de bosquejo de estructura para no perderme en el camino de estas dos voces y comencé a escribir este libro.
Podríamos decir que esto ocurrió así. Pero también podríamos decir que este libro comenzó a escribirse hace poco menos de un siglo en otra ciudad llamada Valencia, pero que no queda en Venezuela sino en España. Allí vivían dos niños: Pepito y Amparito, cuando estalló la Guerra Civil y la vida les cambió por completo. Dos niños que crecieron y fueron al colegio durante la guerra y la postguerra, que eran muy distintos entre sí y también a sus compañeros de escuela porque sus padres pertenecían al bando que perdió, que un buen día tuvieron que emigrar junto a su madre y su abuela a un país del que nunca habían oído hablar y donde muchos años más tarde se convirtieron en mi papá y mi tía. Si todo esto no hubiera ocurrido, así como ocurrió, este libro no existiría. O si no me lo hubieran contado. O si Pancha y yo no hubiéramos coincidido ese mismo día en la otra Valencia…
Me resultan mágicas las coincidencias en los nombres de las ciudades donde todo esto comenzó, así como tantas otras cosas que siguieron ocurriendo ligadas a este libro. Porque yo lo escribí y se lo entregué a Pancha en Caracas, y lo leyeron mis hijos y los suyos, que fueron algo así como el primer comité de lectores que lo aprobó, y arrancó el proceso lógico de aprobación en Ekaré. Y todo esto pasó cuando ni a Pancha ni a mí se nos había cruzado por la cabeza la idea que tendríamos que vivir junto con nuestros hijos algo parecido a lo que cuenta el libro. Pero así fue. Mientras la vida del libro seguía su curso en la editorial, las dos tuvimos que emigrar de Venezuela. Primero me vine yo a España, con mis dos hijos y mi madre, así como hace más de 70 años se fue a Venezuela mi abuela con sus dos hijos y su madre. Luego emigró Pancha con su familia a Nueva York.
Yo llegué a Madrid en diciembre del 2017, con lo que me cupo en la única maleta que me permitió la aerolínea, dejando atrás mi casa, mi ciudad, mi país, mi vida y mis certezas. El miedo que me había hecho irme de allá se vino conmigo y se transformó en pregunta: ¿y ahora qué? No tenía respuestas. Para no caer en la tentación de sentarme en una acera a llorar me aferré a la idea de que si mi abuela había pasado por lo mismo y había logrado sobrevivir yo también lo lograría. Y la otra rama de la que me agarré para no derrumbarme fue la ilusión de que en algún momento cercano se editaría mi libro “Los distintos”. Eso me permitía pensar que, aunque yo estuviera ganándome la vida haciendo cualquier otra cosa, seguía siendo lo que más me gusta ser: escritora. Una escritora con un libro en camino. Fue mágico porque cada vez que estaba a punto de desmoronarme, Pancha o Irene me comunicaban alguna novedad fantástica sobre “Los distintos”. Como si me intuyeran. A ellas se sumaron tres magas más: Merce, la editora, Alejandra, la directora de arte, y Eva, la ilustradora y coautora de esta aventura. Cinco mujeres increíbles, dueñas de un talento extraordinario, que encima riegan con una capacidad de trabajo, una pasión por lo que hacen y un cariño hacia mí que espero que algún día la vida me permita retribuirles de alguna manera. No sé si ellas saben, si he logrado transmitirles cuánto me fascinan y me conmueven cada una de las ilustraciones del libro, lo mucho que me maravilla el trabajo, el cuidado, el esmero que han puesto en hacer que “Los distintos” haya quedado como quedó. Lo que todo esto significa para mí. Lo feliz que estoy.
Y, como si le faltara magia a mi historia mágica con “Los distintos”, resulta que el libro se edita en el mismo país en el que nacieron mis personajes, del que se tuvieron que ir y al que yo he tenido que venirme a vivir poco menos de un siglo después.