Carmen Salvador (Caracas, 1953) es una conocida ilustradora, artista plástico y arquitecta venezolana. Estudió en la Universidad Central de Venezuela, la Escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas y en el Instituto Federico Brandt de Caracas. Ha recibido numerosos reconocimientos por su trabajo de ilustración de libros para niños, como Los Mejores del Banco del Libro o la selección en la lista White Ravens de la Internationale Jugendbibliothek. Con Ediciones Ekaré ha ilustrado los libros El rey mocho, El libro de oro de los niños, Estaba el señor Don Gato y La gran montaña.
En esta entrada, con motivo del décimo quinto aniversario de La gran montaña, Carmen Salvador comparte su experiencia durante el proceso de ilustración. Cuando yo era niña, mi mamá —que era una gran lectora— nos contaba un cuento todas las noches antes de dormir. Leía usando solo una lámpara sobre el libro, para que la noche siguiera “puesta” en nuestra habitación. Aquellos libros tenían mucho texto y apenas una imagen cada tantas páginas, como solían ser las ediciones de cuentos de hadas de antaño.
Recuerdo hoy cómo, con cada vuelta de página, yo la interrumpía con mucha curiosidad diciéndole: “¡Déjame ver...!”. Y ella de vez en cuando me revelaba la imagen.
Muchos años después, al comenzar a ilustrar, reviví este fascinante juego de leer e imaginar, pero además ahora yo podía crear las imágenes y llevarlas al papel. Es un reto tratar de sacar las imágenes que tienes en tu memoria, o las que puedes crear a partir de una referencia, y reproducirlas en la forma en que tú quieres que se vean.
Cuando eres ilustrador y te entregan un manuscrito, quisieras complacer a todos logrando plasmar en el papel lo que se imaginan. Pero esto es imposible. Solo es posible cerrar los ojos, leer y leer muchas veces el texto, abrir los ojos, imaginar, pensar... y comienza un proceso como cuando cocinas y tienes todos los ingredientes en la mesa.
Creación de personajes
La gran montaña, escrito por José Antonio Delgado, narra la historia de cuatro amigos que sueñan con escalar una gran montaña. Estos cuatro amigos están inspirados en los integrantes del Proyecto Cumbre, que para entonces habían escalado grandes cumbres como el Everest. Teniendo esto en cuenta, me basé en relacionar a cada uno de los animales del cuento con algunos de ellos para la creación de los personajes.
A Yak lo crearía a partir de una foto que le pedimos a Frida —la esposa de José Antonio— de su pequeño hijo Tomás, porque era tan gracioso y tenía un pelo así como despelucado que nos recordaba a los yaks. Le pregunté a José Antonio con cuál se identificaba él y me dijo que con Elefante. Carlos Castillo con su característico pañuelo en la cabeza sería Canguro y finalmente Marcus Tobía, Camello.
Hice varias pruebas donde aparecían en bocetos los animales humanizados vestidos con ropa de escaladores, pero nos gusto más que se vieran como animales en sus cuatro patas. Lograr un lenguaje sencillo y con ternura era importante para resaltar los valores de amistad, solidaridad, perseverancia y trabajo en equipo.
Lo más importante para mí era resolver el recorrido que hacen los personajes desde que salen de su casa hasta que llegan a la cumbre de la gran montaña. Hice muchos bocetos y mapas hasta lograr armar una maqueta miniatura del libro completo. El storyboard creo que solo lo entiendo yo porque los hago muy pequeños, ya que así consigo ver rápidamente el conjunto y desarrollo de la historia para posteriormente definir las escenas.
Referencias y técnicas
Como referencias usé el libro “Camino a la cumbre: del Ávila al Everest” y otro libro muy completo que me prestó José Antonio sobre el Tíbet. Del último tomé imágenes de templos, personas, lugares, símbolos y los típicos banderines tibetanos.
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Camino a la cumbre: del Ávila al Everets y referencias fotográficas |
Para la técnica, use óleo sobre papel Fabriano de algodón. El óleo es un material difícil para ilustrar porque tarda en secar, pero el color es profundo y luminoso, y quería que así fuera porque el cuento era para niños pequeños. Todo el trabajo está realizado a mano suelta.
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Boceto escena final |
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Ilustración terminada escena final |
Tampoco utilicé líneas negras para los contornos, sino el mismo color de la forma en creyón para que el color fuera predominante. El diseño del libro marcaba que las ilustraciones serían sangradas, es decir, ocuparían todo el espacio de las páginas. Tuve cuidado de no intensificar mucho el color en la parte donde se agregarían los textos, para así facilitar su lectura.
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Detalle escena final |
El fondo de la portada y contraportada lo hice aparte en una doble página utilizando óleo, rasgando y superponiendo los blancos. Las guardas a línea negra, figuras sencillas, que luego se convertirían digitalmente a blanco con los motivos y símbolos tibetanos.
Guiños escondidos
Quise incluir un juego. Al inicio del cuento, donde Elefante está en su cuarto leyendo, piensa: “¿Podré tocar el sol y la luna?”. Allí coloqué en la ilustración al sol y a la luna en el mismo lugar que en la última página del cuento cuando (¡finalmente!) todo el grupo llega y dice: “Era casi como tocar el sol y la luna”. Lo quise ilustrar de esta forma para que, si el lector pinza las páginas intermedias y las mueve para ver la primera y última página, se pueda observar al sol y la luna superpuestas, casi tocándose.
Y finalmente, en el pequeño mapa, que aparece al final de la historia, se ve todo el recorrido de los cuatro amigos desde que salen de casa hasta llegar a la gran montaña.
De colofón dibujé una foto, a manera de postal, en la que aparecen todos contentos posando con los abrigos que les tejió la Abuela Canguro.