Irene Savino, diseñadora y directora de arte de Ediciones Ekaré, comparte su experiencia de trabajo junto a Morella Fuenmayor (1963-2002), ilustradora de siete títulos de Ekaré, a quien rendimos homenaje a propósito de los 25 años del clásico libro: Rosaura en bicicleta.
Conocí a Morella una tarde de hace casi treinta años en
el Instituto de Diseño de Caracas. Estaba interesada en ilustrar, sabía que yo
trabajaba en Ediciones Ekaré y quería mostrarme sus dibujos. Como
directora de arte tuve la suerte de acompañarla en el proceso de desarrollo de
siete de sus libros, siete propuestas diferentes en cuanto al tema, edad del
destinatario y técnicas de realización, todas ellas abordadas con delicadeza y
escrupulosidad.
El book de Morella no era diferente ni más variado, pero en sus trabajos quedaba claro que dibujaba con acierto y que su trazo era seguro y limpio. De este primer encuentro, lo que más me llamó la atención fue cómo, a pesar de su timidez, Morella transmitía la firmeza de haber escogido su profesión: iba a ser ilustradora.
En Estaba la pájara pinta, Morella construyó el espacio dibujando a lápiz un mínimo de elementos: un banco y
un árbol. La ambientación se completa con una paleta restringida de colores
primarios. Mediante la recreación cuidadosa de expresiones, poses y miradas
plasmó en sus personajes algo tan inasible como es la relación de afecto que se
desprende del juego amoroso de una madre con su hijo. El resultado es un libro encantador, profundo
en su simpleza.
La observación
de los detalles como herramienta en la búsqueda de motivos para la
representación se evidencia en su segundo libro, Un día en la oficina de 1987. La cotidianidad de una oficina se
rompe cuando un padre lleva a su hijo al trabajo. Utilizando
la misma técnica del libro anterior, da en este un mayor protagonismo al
escenario de la oficina. El ambiente es el detonante de las acciones.
Rosaura en bicicleta planteó nuevos
retos: la técnica para lograr la atmósfera
deseada, los personajes y situaciones -que a pesar de lo inusual debían parecer
cotidianas-, la secuenciación que no tenía que perder ritmo ni interés hasta llegar
al esperado final. Al volver a hojear este libro queda claro que las decisiones
que tomó Morella fueron las acertadas para hacer real, literariamente hablando,
el mundo luminoso de la Señora Amelia y de Rosaura, su gallina, que pide una
bicicleta para su cumpleaños.
La experiencia de Rosaura en bicicleta le permitió abordar con madurez el cuento de Orlando Araujo, Miguel Vicente pata caliente. Aquí vuelve a destacar la recreación del personaje, un niño en los escenarios de su ciudad. Morella realizó una cuidada recopilación de entornos. Recorrió Caracas para captar con sus bocetos detalles significativos en lugares emblemáticos.
Uno de los procesos que
vivimos de manera más gustosa fue el de Las
recetas de misia Elena, de 1993, con textos de Elena Iribarren, editora de
Ediciones Ekaré en esos tiempos. Morella preparaba cada receta para poder recrearla. Disfrutábamos
mucho cuando nos visitaba para mostrar los avances del libro y las reuniones se
acompañaban de ricas barritas de chocolate y ponquecitos de auyama. A
pesar de que en Las recetas de misia Elena
no hay narración, Morella no renunció a crear personajes que mostrarán en una
serie de recuadros ilustrados los diferentes pasos de la elaboración de cada
plato. Cada receta es “preparada” por un niño caracterizado con su propia personalidad.
Con
la utilización de la acuarela recreó la vida de una familia monoparental donde La cama de mamá es el lugar polifacético donde mejor se está. Las
ilustraciones, ambientadas en el interior de la casa, cuentan a través de infinidad de detalles la cotidianidad
de los personajes que allí viven. Un
pequeño mundo de relaciones familiares, de complicidades entre hermanos y
cuidados maternales que confluyen en la cama de mamá.
1. Samantha | 2. Atalanta | 3. Felipe |