En un seminario en Estados Unidos, Carmen Diana Dearden, presidenta de Ekaré, leyó este emotivo discurso sobre el proyecto de biblioterapia que se organizó en conjunto con el Banco del Libro después del deslave y las inundaciones de 1999 en los estados Vargas y Miranda de Venezuela. Quisimos compartir las vivencias de un proyecto que, dos década después, aún resuena en nuestros corazones.
Se repite a menudo que todo gran árbol crece de una pequeña semilla. Es una frase muy usada, tan usada que casi la podemos llamar trillada, lo que no quiere decir que no sea verdad, especialmente en este caso. Pero como estamos en Venezuela, mejor es decir que de un pequeñito grano ha crecido un maizal entero. El proyecto Leer para vivir, llamado así en honor a una frase de Gustave Flaubert, comenzó hace un año y seis meses. Surgió de la impotencia que sentimos todos en Caracas en diciembre de 1999, al mirar en nuestros televisores esa geografía irreconocible de los estados Vargas y Miranda. El proyecto aún no tenía nombre cuando nos reunimos en el Banco del Libro a preguntarnos cómo podíamos ayudar desde nuestro trabajo. ¿Cómo ir más allá de la recolección de comida, ropa y medicinas para asistir en una labor que tendría secuelas por muchos años venideros? La respuesta era obvia: haciendo lo que sabíamos hacer, es decir, contando cuentos y leyendo libros.
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El primer día no fue fácil, pero cuando los voluntarios regresaron al día siguiente y un niño que por primera vez había dormido tranquilo gracias al cuento que le habíamos contado —Sapo enamorado— (y que durmió con el libro bajo su almohada) supimos que esto era apenas el comienzo y que, si bien nos quedaba mucho trecho por recorrer, habíamos encontrado el camino.
Concebimos entonces el proyecto de biblioterapia Leer para vivir. Entendimos la biblioterapia no en su acepción clínica, sino más bien como la posibilidad de establecer una relación humana y sensible con los libros, para lograr algunos cambios en las vidas de las personas afectadas y construir positivamente ciertas realidades; la biblioterapia nos ofrece la posibilidad de "sanar" a través de los libros, una posibilidad que sirve para toda la vida, en circunstancias diferentes. Partimos del conocimiento que tenemos de que los buenos libros —como dice el canadiense Joseph Gold en su libro Lee para tu vida— pueden alterar nuestras percepciones del mundo, ordenar el caos, articular el pensamiento, recobrar el pasado y mirarlo de manera diferente y resolver ciertos problemas del presente. La literatura, en otras palabras, nos ayuda a reescribir nuestras propias historias.
Partimos también de una carta que me envió la profesora y escritora Betsy Hearne, actual presidente de la sección de Estados Unidos de la Organización Internacional de Libros para Niños y Jóvenes (IBBY), a raíz de la consulta que le hicimos entonces:
Concebimos entonces el proyecto de biblioterapia Leer para vivir. Entendimos la biblioterapia no en su acepción clínica, sino más bien como la posibilidad de establecer una relación humana y sensible con los libros, para lograr algunos cambios en las vidas de las personas afectadas y construir positivamente ciertas realidades; la biblioterapia nos ofrece la posibilidad de "sanar" a través de los libros, una posibilidad que sirve para toda la vida, en circunstancias diferentes. Partimos del conocimiento que tenemos de que los buenos libros —como dice el canadiense Joseph Gold en su libro Lee para tu vida— pueden alterar nuestras percepciones del mundo, ordenar el caos, articular el pensamiento, recobrar el pasado y mirarlo de manera diferente y resolver ciertos problemas del presente. La literatura, en otras palabras, nos ayuda a reescribir nuestras propias historias.
Partimos también de una carta que me envió la profesora y escritora Betsy Hearne, actual presidente de la sección de Estados Unidos de la Organización Internacional de Libros para Niños y Jóvenes (IBBY), a raíz de la consulta que le hicimos entonces:
“Después de haber leído las principales teorías al respecto, sigo creyendo que la mejor biblioterapia es una buena historia de la cual la gente tomará lo que encuentre y necesite. Puede ser un cuento folklórico, una novela sobre un problema aparentemente no relacionado, un libro de información. Creo que mucha de la biblioterapia funciona simplemente porque el niño siente que le importa suficientemente a alguien como para que ese alguien le lea un libro o le cuente un cuento”.
Para empezar, conformamos dos colecciones de 350 libros y mandamos a hacer varios bolsos viajeros con el nombre del proyecto. Los fondos para esto los logramos en parte por las donaciones de editoriales como Ekaré y SM, y en parte muy sustantiva por fondos que llegaron de esa misma sección IBBY-EE.UU., gracias a la escritora Katherine Paterson. A ella, como ganadora del premio Hans Christian Andersen, considerado el Petite Nobel de la IBBY, le correspondió decidir qué se haría con los fondos que tenían para ayudar a otras secciones nacionales. Mientras le daba vueltas en la cabeza sobre adónde dirigirlos para que fueran bien utilizados, Katherine Paterson vio en su televisor las imágenes estremecedoras de lo que había pasado en Vargas y se conmovió profundamente. De inmediato supo cuál sería el mejor destino para esos recursos. En medio de nuestra planificación recibí una comunicación de ella que me recordó ese dicho de que "Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana". Estos fondos fueron vitales para el proyecto.
El criterio para escoger los libros fue que resaltaran por su calidad textual, gráfica y editorial. Incluimos toda clase de libros: cuentos de hadas, aventuras, fantasía, novelas, poesía. Buena parte de la colección estaba conformada por álbumes (en su mayoría llenos de humor) buscando con ellos una sanación no solo a través del texto sino también a través de las imágenes.
Algunas de nosotras estábamos convencidas de que el programa podría convertirse en una bola de nieve que iría cogiendo cuerpo al pasar del tiempo, pero nunca, nunca, nos imaginamos —ni en nuestros más locos sueños— la red maravillosa en que se ha convertido gracias a todos ustedes. Gracias a ustedes hemos constatado una vez más la fortaleza, la perseverancia, la creatividad, la inventiva y la infinita capacidad de sorprender que tienen los venezolanos.
Comenzamos en la Escuela Madre Emilia, en el sector de Quenepe, como proyecto piloto, gracias a la perseverancia de la Hermana Inmaculada, que cuando se enteró en los pasos que andábamos (ella tiene conexiones en todas partes, altas y bajas) empezó a llamarnos diariamente hasta que fuimos a visitarla.
En la primera sesión de cuentos del 2 de marzo del 2000, recibimos nuestra primera sorpresa. Bajo un cielo encapotado y lluvioso y la angustia que eso despertaba en una comunidad tan afectada, encontramos en el auditorio de la escuela más niños de los que esperábamos, acompañados de algunos padres. Comenzó llena de tensión y angustia, que se desvaneció con la magia de El rey mocho, contado magistralmente por Cristina Molinatti. Al terminar la actividad de cuentos, dos horas después, esos primeros padres: Nelson Bolívar, María García, María Peña y Nancy Morante, nos pidieron algunos de los libros prestados para llevárselos a sus casas y vecinos. No estaba previsto hacer préstamos a la comunidad en ese momento; habíamos planificado dejarlos en la biblioteca de la escuela, pero, por supuesto, aceptamos. Fue una de nuestras mejores inversiones. En la comunidad de Quenepe las casas de Betty Porras, Jennifer Arteaga, María García, María Rodríguez y Nelson Bolívar se han convertido en puntos de canje y lectura para toda la comunidad.
En los meses posteriores conversamos mucho con ellos sobre cómo la lectura les había ayudado a recuperar su esperanza en la reconstrucción, cómo los libros les permitieron identificar emociones negadas después de aquel diciembre, elaborar sobre ellas y compartir sus reflexiones con familiares. Pero, desde el primer encuentro, el proceso dio frutos inmediatos. "Cuando tengo una preocupación me acuesto y tomo uno de los libros que me traigo y me olvido de todo", nos dijo una madre en la tercera sesión.
Dice Carmen Martínez (motor y corazón de Leer para vivir) en su bitácora de ese mismo día, 17 de marzo del 2000: "el proceso va tejiendo diversas acciones que hemos planteado inicialmente, nos conduce y nos dejamos llevar. Sabemos que algo está sucediendo y va mucho más allá de cualquier pretensión de formar organizaciones o comprometer a la gente…"
Aquí la segunda sorpresa: al bajar a dar un taller a los maestros en este mismo lugar, después del primer pequeño préstamo inicial, y a entregar una colección más numerosa de libros, nos encontramos con que un padre ya había bajado de internet varios cuentos clásicos que luego había impreso para circular en la escuela; las maestras ya habían iniciado la recopilación de la tradición oral para solventar las pérdidas de los materiales de lectura durante las lluvias, y se habían dado a la tarea de copiar los pocos libros que tenían a mano de ese primer préstamo para hacer bellísimos libros artesanales que sirvieran mientras llegaban los otros. Es decir, la misma comunidad había respondido prontamente a la necesidad de nuevos materiales de lectura con los medios que tenía a su alcance. El entusiasmo y creatividad de la comunidad iba varios pasos adelante nuestro. Y más aún: para proteger los libros del segundo préstamo, las madres de esas comunidades confeccionaron hermosos portalibros para que no se dañaran mientras circulaban. También las madres y las maestras elaboraron sus propios libros, fantásticos.
Tres maestras cerraron una calle de sus respectivas comunidades una vez a la semana para convertirlas en las calles de los cuentos. De esas, Doris García y Gestherfy González ahora coordinan con el resto de su comunidad los préstamos de Leer para vivir en Las Tunitas: La cuadra de los sueños.
El Banco del Libro recibió una invitación para asistir a Punta de Mulatos como cuentacuentos y no disponiendo de personal, a Carmen Martínez se le ocurrió que teníamos los suplentes perfectos: los padres de Quenepe. Ellos fueron los protagonistas y cuando Miriam Montaño y Carla Álvarez, maestras de esa comunidad, los vieron en acción solicitaron sumarse a Leer para vivir y ahora Punta de Mulatos también tiene su préstamo a la comunidad: el Club de Cuentos el Dragón.
El proyecto no solo cogió fuerza en sus raíces; este entusiasmo convenció a empresas e instituciones a apoyar. Movilnet se sumó en diciembre pasado con una donación de libros a dos comunidades; la Alcaldía de Chacao se sumó con otra donación de libros a dos unidades educativas; así como la Asociación Civil Camurí Grande. Y el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes nos dio un aporte que permitió extender la acción a 32 otras escuelas. Además de las 30 colecciones iniciales: en total 62 colecciones fueron entregadas en febrero pasado.
Leer para vivir no ha sido una terapia solo para los habitantes de Vargas. Ha sido para nosotros también. Me tocó el privilegio de leer Un puente hasta Terabithia escrita por Katherine Paterson a siete padres entusiastas de Quenepe. Es una novela desgarradora, sobre la lluvia y la crecida de un río pero sobre todo, es una novela acerca de la amistad. La leí a lo largo de varias semanas, capítulo por capítulo, y al terminar teníamos todos lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Esa novela hizo lo que hacen los buenos libros: nos sirvió de catarsis. Katherine Paterson vino a visitar a la comunidad de Quenepe después de esa lectura y nos dijo al final de su visita que había pasado uno de los días más especiales de su vida. Esperamos que otro de los autores, Anthony Browne, cuyos libros, los de Willy, el chimpancé, han sido favoritos de todos, venga un día de estos a pasar un día especial.
Vinimos aquí los primeros días llenos de impotencia y angustia; volvimos reconfortados y llenos de esperanza. Nos hemos sentido, como dice Brenda Bellorín, una de las voluntarias bancolibreras, como el heladero con su carrito lleno de sustancias emocionantes para saborear. Cito lo que ella escribió en un artículo:
“Los libros en contacto con los niños, los padres y los maestros nos han salvado de sucumbir ante una peste de olvido como la que sacudió a Macondo. Juntos, con la Hora del Cuento y nuestras conversaciones, le hemos ido poniendo papelitos amarillos a las cosas para nombrarlas y no olvidarlas”.
Como una piedrita lanzada al agua, que produce círculos concéntricos que se expanden y se tocan infinitamente; los cuentos, las palabras y los protagonistas del Proyecto Leer para vivir se tocan, entrelazan y expanden espontánea y algunas veces sorpresivamente. Por algo el círculo siempre ha sido símbolo universal del balance armónico de todos los elementos, de la luna y el sol y la tierra; de la totalidad y la unidad. La primera piedrita quizá la lanzamos nosotros desde el Banco del Libro, pero el círculo lo completan ustedes; la fortaleza son ustedes.
Por ello, cuando Katherine Paterson escribió a la sección de la IBBY-EE.UU., explicándoles cómo se habían usado los fondos que donaron, dijo así:
“Quiero que sepan que su regalo no solo fue útilmente empleado, sino que como el pan y los peces en el Nuevo Testamento, ha sido recibido por nuestros amigos en Venezuela y se ha multiplicado una y otra vez, y seguirá alimentando a muchos seres en los años venideros”.
Estamos convencidos de que así será.