miércoles, 28 de abril de 2021

Cajita de fósforos | «Cuando la llama de cada fósforo enciende al siguiente»

Juan Palomino nació en Ciudad de México en 1984. Estudió Filosofía en la UNAM de México y ha ilustrado numerosos libros para editoriales de España y México. En 2013 recibió el Premio del Catálogo Iberoamericano de Ilustración y en 2016 el Premio de Ilustración de la Feria de Bolonia-Fundación SM. 

En este artículo, nos cuenta cómo fue el proceso de ilustrar Cajita de fósforos, su primer libro con Ediciones Ekaré: una selección de poesía no rimada realizada por Adolfo Córdova, con edición a cargo de María Francisca Mayobre y Ana Palmero en la dirección de arte.

Este libro es una selección de poemas no rimados de autores y autoras de diez países de Iberoamérica que abarcan un siglo de poesía. Cada uno resuena en el anterior, y cada uno, como los objetos de una cajita de tesoros, es una huella, un fragmento de un mundo mayor que al mismo tiempo que se basta a sí mismo se abre hacia afuera, se expande y se comunica con los otros. El reto para la parte gráfica del libro era, desde que me dieron este libro a ilustrar, lograr que la imagen creara una experiencia unitaria en la lectura, que sirviera de hilo entre los poemas.

La forma que tenía la selección que hizo Adolfo fue un buen punto de partida. Lo que determina el acomodo particular de los poemas es que hay alguna palabra, alguna idea o metáfora que salta de uno a otro, como si la llama de cada fósforo encendiera al siguiente.

Para lograr eso pensé en una estructura gráfica que conservara y potenciara la lógica existente en el orden en el que los dispuso Adolfo, y que al mismo tiempo permitiera un diálogo de las imágenes con cada uno de ellos.




A mí me gustaba mucho la relación de los poemas con esos objetos que generalmente dejamos de tener cuando crecemos, pero que son tan importantes y preciados en la infancia. Empecé mi proceso pensando que quería usar en las imágenes objetos que hicieran referencia a los que solemos poner en este tipo de cajitas. Plantear un diálogo entre mis objetos de la infancia y sus significados posibles con lo que había en los poemas.




Sin embargo, abandoné parcialmente ese camino cuando, leyendo el poema de María Elena Walsh que le da nombre al libro, pensé sobre la naturaleza de las cajitas de tesoros, y su relación con la palabra en la poesía.

En él, María Elena dice que los adultos no saben apreciar los objetos que ponemos de niños en esas cajitas. Botones, pelusas, pedazos de hilo no tienen valor por sí mismos. Pero la razón por la que los ponemos ahí no necesariamente está basada en las formas de valoración adultas. Son valiosos para nosotros porque encontramos en ellos algo particular, porque podemos verlos por sí mismos, pero también porque señalan otras cosas, nos gusta una canica porque es un pequeño mundo, un pedazo de hilo porque nos remite al lugar o la circunstancia en la que lo encontramos. De este mismo modo, creo, funcionan las palabras en los poemas, y los poemas mismos. En un poema las palabras y los versos se abren hacia afuera y hacia adentro de sí mismos. Al mismo tiempo que un poema nos permite apreciarlas en su forma, en su sonido, en su superficie, no son solo lo que inmediatamente nos parece que son. La poesía las sacude y las vuelve a la vida.

Lo que hice para pensar en el hilo de las imágenes de este libro fue apropiarme de ese principio, y establecer una serie de objetos que al mismo tiempo que se mantenían en sus formas básicas, se iban transformando en una secuencia sugerida por los poemas, pero también por la lógica misma de las imágenes, de lo que había acontecido antes.

A partir de esto pensé en un juego gráfico posible en el que una serie de formas aparecieran y reaparecieran a lo largo de los poemas conservando a veces su significado, a veces transformándose. Así, el círculo que sugiere un globo es también la undulación que produce un objeto al caer al agua, y también es estrella, luciérnaga, ojo, fósforo apagado.




Lo que permitió este camino es que la forma final de las imágenes fuera el resultado de la aplicación de una serie de reglas que tenía su propio sentido misterioso y oculto incluso para mí. De este modo, el juego disparaba las imágenes por fuera de la determinación que podía esperarse por su convivencia con un poema u otro, al mismo tiempo que era como si en cada doble página los personajes y objetos que aparecen en ellas tuvieran una conversación distinta, como si los poemas alteraran sus formas y significados sin eliminar su propia inercia, su camino futuro y pasado.

Al final, entonces, una misma forma acumula en la secuencia los sentidos que tuvo en las anteriores, en un juego de significados que acompaña el juego entre los poemas, los puentes más o menos arbitrarios entre ellos.

Con este dispositivo podía dialogar de forma específica con los poemas, y también conservar algo de lo que había pasado en imágenes anteriores, o anunciar transformaciones futuras. Así, las formas y las imágenes serían como las palabras en los poemas, y también como los objetos en una cajita de tesoros.




A esta lógica le sumé un par de personajes, una niña y un niño, que interactuarían con las formas y con los poemas para tener un sentido más narrativo a lo largo del libro, una especie de hilo formal, conceptual, y también una especie de historia, un vaivén entre lo que hacía la niña y el niño, entre la noche y el día, entre lo claro y lo oscuro, entre el fósforo prendido y apagado.






Al final, son estas formas, y los poemas, los objetos dentro de la cajita, y el libro la cajita misma.