lunes, 20 de febrero de 2023

El berrinche de Moctezuma: de la voz al libro ilustrado

Nuria Gómez Benet (Ciudad de México, 1959) es escritora, poeta y guionista de televisión y radio. Estudió Pedagogía en la UNAM, fue jefa de escritores en el programa infantil Plaza Sésamo, ha publicado varios libros para niños con Conaculta, SM y Santillana, e imparte talleres de escritura. Su programa radial “De puntitas” comenzó en los años 80 en México y se volvió un ícono de la cultura infantil. 

Su libro El berrinche de Moctezuma, con ilustraciones de Santiago Solís Montes de Oca, fue presentado en noviembre de 2022 en la librería El Desastre de CDMX. Para la ocasión, Nuria preparó esta crónica sobre el origen del texto hasta llegar al libro.


Este berrinchito que ha salido a la luz recientemente es una reunión que viene dándose desde hace muchos años entre quienes estamos aquí. 

El pequeño poema nació para ser transmitido de modo volátil, por medio de sonoras ondas hertzianas, antes de los podcasts, antes de internet, antes del antiquísimo fax. Su destino era ser efímero y disolverse en el aire. Tenía su encanto la idea.

"De puntitas" era un programa de radio que pretendía, principalmente, despertar a los niños de buen humor y ser una cálida compañía mientras se preparaban para ir a la escuela. Eso fue así porque la radiodifusora solo pudo ofrecernos un horario imposible para otra intención: el de las 6:30 de la mañana.

Se trataba de una emisora pública muy querida, Radio Educación, que —como la mayoría de las de su categoría— tenía presupuestos bajos. La guionista era una pasante de pedagogía que coqueteaba con las letras. Hacía su servicio social en la estación de radio, jamás había escrito un guión radiofónico, pero tenía conexiones profundas y amorosas con la gente de kínder y primaria.

Cuando la invitaron a escribir el programa, dijo de inmediato que sí: aquello conjuntaba sus dos pasiones profesionales: la pedagogía y la escritura. La productora —Marta Romo— se dedicó a explicarle pacientemente los pormenores del guion. Cuando le dieron el horario casi se muere; cuando supo que tendrían presupuesto para una sola voz, casi se vuelve a morir. Pero al entrar al estudio de grabación se dio cuenta de que su locutor tenía las doscientas voces de un cenzontle: era Emilio Ebergenyi. La música, cuidadosamente elegida para ir marcando los ritmos, desde el acurrucadito dedicado a despertar, hasta un ímpetu de alegre marcha para irse saltando a la escuela, estaba a cargo de Elia Fuente Pochat.

Hay que añadir que entre los muchos incisos de cada programa, estaba la narración de algún cuento. La primera época nos concentramos en relatos de las tradiciones indígenas del país; la segunda, después de más de doscientos programas, nos abrimos hacia autores entonces contemporáneos y hacia toda Latinoamérica. Para esta temporada, que nació como respuesta amorosa a los asustados niños tras el terremoto del 85 en México, en el primer programa narramos el cuento de la chilena María de la Luz Uribe: 


Estera y esteritas

para contar peritas,

estera y esterones

para contar perones.

Esta era una vez

una viejecita

llamada María

del Carmen Piñones.


 


Doña Piñones duerme escondida tras su cama, atemorizada por los vientos, hasta que se aparece por su casa un niño que la saca de su temblorosa penumbra y la lleva de la mano a volar con él. Era justo la historia que necesitábamos para dar valor y valía a nuestro auditorio. La editorial automáticamente me enamoró: Ediciones Ekaré se llamaba.

Otro de los objetivos de la serie era hacer sentir al público el orgullo de ser mexicanos. En ese contexto apareció la historia del chocolate, gozo mexicano compartido al mundo entero. El berrinche de Moctezuma voló entonces como Doña Piñones a los oídos de muchas casas.

Con los años —debería yo decir, con las décadas—, ya cuando la máquina Olivetti de aquella muchacha guionista estaba arrumbada en el estante más alto de su clóset, cuando sobre su escritorio se pavoneaba una computadora que hoy resulta risible, apareció el libro. Ya era bien entrado el nuevo milenio. La primera edición, a cargo de la amorosa editorial Verdehalago Infantil, con Leticia Jiménez a la cabeza, apostaba, como los antiguos juguetes Mialegría, a ser “libros como los de los grandes”, en los que no había ilustraciones —cuestiones presupuestales en la raíz de la decisión, seguramente. Las premuras —lo sabemos todos— son una espuela para que cabalgue por más amplios llanos la creatividad. 


Siguieron pasando los tiempos. Gracias a Leticia, apasionada promotora de la lectura, y a la conexión que hizo con Araya Goitia de Ekaré, se dio la edición que hoy tenemos. Cuando Araya me contactó para decirme que Ekaré estaba interesada en publicar el berrinchito, y además, en la misma colección que Doña Piñones, salté como una niña por el patio de mi casa. En plena pandemia, al aire libre, en el mismo soleado espacio firmamos el contrato. 

Colección Rimas y adivinanzas


Meses pasaron. Me enteré primero de que el ilustrador sería mexicano, eso ya me gustó. Luego de su nombre; y lo que vi en las redes me gustó más. Pero cuando recibí algunos de los bocetos de Santiago, pasé del gusto enorme al asombro festivo. La conversión que hizo del gran tlatoani en un flaquito ceñudo; la serpiente, como asistente devota que lo sigue a todos lados —no se pierdan, por favor, el flequillo que se le escurre cuando se mete a bañar—; la investigación que subyace en cada detalle, en los monos, en la presencia del caballo, del espejo legendario de Moctezuma, la gama de colores, las aves desplumadas, el travieso cráneo del tzompantli que mira al lector en complicidad... Santiago se comprometió en un juego de humor que al mismo tiempo comulga con el texto, lo subraya y lo complementa. 


Primera prueba de personaje y paleta de color

Estoy segura de que El berrinche —que hoy está cerca de cumplir cuarenta años— ha alcanzado la mejor etapa de su evolución. Lo que festejamos hoy es una especie de Berrinche Sapiens, una versión donde, gracias al trabajo del equipo de Ekaré, y el talento y dedicación de Santiago Solís Montes de Oca, este poema se yergue sobre un cuerpo firme y colorido que no tenía, sobre dos piernas... y echa a andar, a saltitos, por las marchosas veredas que le ofrece el mundo.

El blog especializado Un periodista en el bolsillo publicó también una entrevista al ilustrador Santiago Solís con motivo de la aparición del libro. Lo puedes leer aquí.

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