Elena Iribarren, autora, traductora y editora de libros para niños, realizó esta entrevista a Max Velthuijs en el año 1998 en Boloña, Italia.
Usted vive en una ciudad cercana al mar del Norte donde debe hacer mucho frío en invierno. ¿Qué experiencia tiene de esta estación que es tema de uno de sus libros: Sapo en invierno?
Nací en La Haya. Pasé mi infancia, crecí y he vivido casi toda mi vida en ese lugar. Soy como Sapo: a mí no me gusta el invierno en Holanda. Es gris y lluvioso y siempre hay viento. Me parece fastidioso y deprimente. Pero sí me gusta mucho patinar en el hielo y por eso es por lo que en el libro Pata aparece patinando y trata de enseñar a Sapo a hacerlo.
¿Cómo era usted cuando niño y cómo ve a los niños en la actualidad?
Hoy en día los niños aprenden muy rápido. Todos saben utilizar los ordenadores. Yo lo intento y nada; no lo logro. Es otro mundo, no lo puedo entender. Cuando era pequeño todo era completamente distinto. Nosotros no sabíamos nada del mundo, nadie nos decía nada. Ahora, ya desde muy pequeños, los niños aprenden sobre el aire, el agua, sobre lo que es importante para la vida. Y no creo que los niños reciban demasiada información. El niño acepta lo que quiere o necesita. Y sí, los niños de hoy aprenden a ser libres, a hablar con la gente. Yo era un niño tímido. Cuando tenía 7 años, los adultos me parecían monstruos, les tenía miedo. Ahora los niños no tienen miedo de las personas grandes. Son sus amigos.
¿Qué contacto tiene usted con los niños que leen sus libros?
A menudo visito los colegios. Hablo con los niños y los maestros y les cuento historias. Este contacto con la gente es algo muy importante para mí y para mi trabajo. Es algo que tengo que hacer, es parte de mi vida. En Holanda me he vuelto muy popular en los últimos años. Sapo enamorado es uno de los libros favoritos de los niños.
Antes de dedicarse a los libros para niños, usted tuvo otros oficios. ¿Cómo descubrió su verdadera vocación?
Gracias a una feliz coincidencia encontré este camino. Trabajaba en una empresa publicitaria, cuando un día recibí el cuento que había escrito uno de los directores de la compañía y que yo debía ilustrar. Mientras hacía las ilustraciones, empecé a sentir que yo también podía escribir las historias. Y así fue. Después de la guerra hice caricaturas políticas; luego, entré en el campo del diseño publicitario. Ese es un mundo muy hostil y siempre me sentí allí como un extranjero. Después de diez años, lo abandoné. Cuando por fin empecé a ilustrar libros para niños, una parte de mi vida cambió. Ahora, cuando echo la vista atrás, sé que hice miles y miles de ilustraciones durante aquellos tiempos, pero hoy no queda nada de todo eso. Con los libros es totalmente diferente: los libros permanecen.
En los libros ilustrados existe una relación muy estrecha entre la palabra y la imagen. ¿Cómo se da el proceso de esta creación?
Cuando uno está escribiendo, algo empieza a suceder independiente de uno mismo. Los personajes y la historia se desarrollan por su cuenta y uno los observa desde afuera. En el caso de Sapo y la canción del mirlo, de pronto lo vi todo en mi cabeza. Sapo y los animales encuentran un pajarito tendido en el suelo del bosque. Con los buenos cuentos es siempre así. No lo piensas. En un minuto lo ves todo: el comienzo y el final. Uno sólo completa lo que pasa en el medio. En este proceso de rellenar el medio de una historia es muy divertido preguntarse: Y ahora, ¿qué estará pasando?
La mayoría de las ideas no son suficientemente importantes, pero las buenas cosas se quedan y se repiten; vuelven todos los días. Después de dos semanas, tomo el bloc y comienzo a escribir y a dibujar a la vez, muy rápidamente. Entonces lo dejo reposar varias semanas, lo vuelo a ver y quizás digo: «No está tan mal». Luego, se lo muestro a mi esposa que es muy crítica y después a Klaus Flugge, mi editor. Cuando le llevo un libro a Klaus, es muy importante. Él es como una persona típica. Lo mira y si dice: «Está bien», sé que está bien.
Muchas personas piensan que los libros para niños tienen poco texto y que es fácil escribirlos. ¿Cómo es ese proceso para usted?
Para mí no es nada fácil escribir e ilustrar. Es una lucha. Siempre estoy luchando con lo que tengo en la cabeza. En la noche, lo veo todo en mi mente, y parece fácil. Pero al día siguiente, lo que sale en la hoja no es en absoluto lo que quería. Paso medio año con un libro, repito las ilustraciones una y otra vez. Es muy difícil desprenderse de las ilusraciones. En el momento en que las envío al editor, siento que puedo volver a respirar. Luego, al pasar el tiempo, surgen nuevamente las dudas y comienzo a pensar: «Ay, no». Hay que tomar una distancia con el trabajo. Después de dos años, tal vez pueda volver a ver el libro y decir: «Esto está bien».
En la tradición flamenca, los paisajes han sido pintados por artistas a lo largo de siglos. ¿Qué importancia tiene el paisaje para usted?
Los paisajes de mis libros no son de ningún lugar. O tal vez sean una mezcla de todos los que he visto. Nunca trabajo directamente de la realidad. Todo está en mi cabeza, en mis sueños. Pero hay muchas influencias que uno descubre a lo largo de los años. Todas las cosas que vienen de la naturaleza influyen en mí. Cuando camino por la playa, busco caracoles ordinarios, ninguno especial. Miro sus colores y los guardo en mis bolsillos. Siento que son preciosos para mí. Estas sensaciones me permiten tener una imagen de paisajes que nunca he conocido.
En sus historias, Sapo se ve muchas veces envuelto en situaciones cómicas. ¿Qué papel tiene el humor en sus libros?
Escribo libros para niños que comienzan a enfrentarse a los problemas de la vida. Siento que el humor es algo necesario en tiempo difíciles. Durante los años de la guerra que me tocó vivir, fue muy importante aprender a ver las cosas con humor para poder soportarlas. En el trasfondo de todos mis libros está el humor. Al comienzo esto era un problema con el público alemán, que no sabe reír. Y los suizos son todavía peores: siempre tienes que explicarlo todo. Los holandeses somos como los ingleses, tenemos buen sentido del humor.
En su libro Sapo y el forastero, aparece un personaje curioso en el universo familiar donde viven Sapo y sus amigos: es el forastero, aquel que es, en sus palabras «de todas partes y de ninguna». ¿Es usted un gran viajero?
Me gusta viajar pero sólo cuando no tengo que hacerlo. Desde mi casa, miro por la ventana y me digo: «Qué agradable sería ir a...». Entonces, justo antes de partir, me siento muy extraño y digo: «¿Por qué he de salir de mi casa? Me gusta este lugar». Pero cuando por fin me subo al avión, lo olvido todo. Y, finalmente, sí me hace falta viajar. Necesito sentir el aire y los olores de otro lugar, probar nuevas comidas y ver otros paisajes, todas esas cosas que hacen que el mundo sea tan hermoso.
¿Cuáles son sus autores-ilustradores preferidos?
El alemán Janosch es uno de los mejores. Sus primeros libros son los mejores de todos. Ralph Steadman es un ilustrador muy importante, pero sus libros no son para niños. Józef Wilkon me gusta. David Mckee y John Burningham son también muy buenos.
Cuando se termina de leer uno de sus libros, se tiene la sensación de haber descubierto algo muy valioso. ¿Qué cosas le dan sentido a la vida?
La vida es algo muy extraño. Uno vive muchos años en diferentes niveles. Se aprenden muchas cosas, y tal vez la más importante de todas es que uno no es lo más importante. Los jóvenes de hoy pueden hacer tantas cosas. La vida les ofrece múltiples alternativas: informarse, conocer, viajar. Y, sin embargo, no están conformes. Tienen mucho y les molesta tener que entregar parte de sí mismos a los demás. He aprendido que parte de la vida la debe uno entregar a otra persona. Así tiene que ser. Sí, he encontrado mi alma. Soy muy, muy viejo.
IRIBARREN, E. (2003) 'Un niño de 80 años: entrevista a Max Velthuijs'. En Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil 163, pp. 28-31. Barcelona: Editorial Fontalba.