La colección de libros de arte Veo, veo. ¿Qué ves? invita a explorar imaginarios que muchas veces se dan por sentado porque están en nuestro día a día, presentes y a la vista, pero no
siempre se registran en libros de arte ni en los libros para niños y jóvenes.
María Francisca Mayobre, editora y directora de Ekaré durante diecinueve años, nos cuenta el
desarrollo de esta colección.
La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en "El peligro de la historia única" (Random, 2018) nos cuenta acerca de su proceso creativo y de
cómo descubrió su voz autoral:
“Cuando hacia los siete años empecé a escribir cuentos, que ilustraba con lápices de cera, escribía exactamente el mismo tipo de historias que leía: todos mis personajes eran blancos de ojos azules, jugaban en la nieve, comían manzanas, hablaban mucho del tiempo y de lo delicioso que era que saliera el sol. Ahora bien, eso sucedía a pesar de vivir en Nigeria y nunca había salido de allí. Nosotros no teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos del tiempo porque no hacía falta. Lo que esto demuestra, creo yo, es lo impresionables y vulnerables que somos ante una historia, sobre todo de niños. Como solo había leído libros con personajes extranjeros para mí, me había convencido de que los libros, por naturaleza, debían estar protagonizados por niños extranjeros y tratar de cosas con las que no podía identificarme. Todo cambió cuando descubrí los libros africanos.”
Es curioso, o quizás no tanto, que
estas palabras de la autora nigeriana me puedan sonar tan familiares, a mí que
soy venezolana. Tan lejos, tan cerca: África-Nigeria y América Latina-Venezuela y Colombia. Las similitudes y diferencias entre estos países y
continentes son a veces obvias, y a veces no tanto, pero no es el momento de ahondar
en eso.
Chimamanda Ngozi Adichie justo
comenzaba a leer y a escribir precozmente en los años 80 al mismo tiempo que
Ediciones Ekaré se constituía como editorial y comenzaba a publicar sus
primeros libros. En la pujante Venezuela petrolera de las décadas de los 70 y 80
las mismas inquietudes que plantea la autora nigeriana en su conferencia fueron un
motor para muchos proyectos culturales, entre ellos la línea editorial de
Ediciones Ekaré. Mi hermana y yo tuvimos la suerte de crecer con libros de
Ekaré y, por ende, desde niñas nuestras referencias textuales y visuales fueron,
en cierta medida, venezolanas y latinoamericanas. Margarita, el rey y hasta Jesucristo
eran imágenes cercanas y afines en medio de los versos modernistas de Rubén
Darío, que desde Nicaragua proyectaba su voz a París.
Los libros de la colección Narraciones Indígenas, con sus leyendas, zamuros, tepuyes, pemones y jaguares se
inmortalizaron en los libros de Ekaré, se distribuyeron a nivel masivo primero
en Venezuela y después en el resto de América y así pasaron a formar parte de nuestro
imaginario. No hay discusión: estos libros, sus historias y sus imágenes han
sido transmitidas de generación en generación y, hoy en día, forman parte de
nuestro inconsciente colectivo como nación y como región. Se ha logrado una
sólida transmisión cultural a partir de ellos y, sin duda, nos han permitido
reconocernos en nuestras historias, contarlas y contar a partir de ellas una
parte de lo que somos.
Ya de "grande", trabajando como editora
de Ediciones Ekaré, me tocó enfrentarme a una extraordinaria crisis en
Venezuela, una situación que poco a poco fue mellando todas las áreas. La
educación y la cultura no han estado exentas. La creciente conflictividad
política y la avasalladora problemática socioeconómica fue corroyendo todo. El
equipo de Ekaré del siglo XXI tuvo que hacerse cargo de la resistencia y
convertirse en cancerbero de un legado cultural. La economía y la emigración masiva fueron los peores enemigos. Ekaré
tuvo el don de la transformación para lograr convertir esas vicisitudes y contradicciones
en fortalezas encarnadas en equipos editoriales en España y Chile, así como
otros aliados incondicionales en otras ciudades del mundo. La solidez de un
catálogo consistente, de gran calidad y con una voz auténtica, así como un
equipo temerario y comprometido, lograron consolidar (y, por qué no, salvar) a
Ekaré fuera de Venezuela.
Mientras, desde Caracas, partía una nueva diáspora. Muchos de los escritores e ilustradores optaban por irse
del país, otros quedaban sujetos a una precaria supervivencia económica que
dificultaba e impedía el desarrollo de su trabajo y, más aún, la formación. Ekaré
siguió realizando proyectos con aquellos que iban quedando y a la vez buscando
nuevas ideas. Entonces, cerca de 2010, volcamos nuestra mirada hacia las artes plásticas.
Primero fueron los libros de la
colección Imágenes de mi ciudad, que nos abrieron todo un mundo de
posibilidades e imaginarios a partir de las artes plásticas: los grabados de
los cronistas, los pintores viajeros, los pintores del Círculo de Bellas Artes,
los caricaturistas, los fotógrafos, los artistas renombrados de finales del
siglo XX y los pintores naíf o primitivistas desconocidos. Luego, al editar el libro de Gego, Ana Palmero y yo constatamos que a partir de las imágenes de los
artistas venezolanos había muchas historias que contar y mirar. Se nos había
abierto un camino en torno a un imaginario muy diferente al del arte occidental
que estamos tan acostumbrados a encontrar en los libros y las aulas como
referencia.
Más por probabilidad que por azar, nos
topamos con Socorro Salinas. El trabajo de esta artista autodidacta nos cautivó
de inmediato. Cuando la descubrimos ya había fallecido. Solo nos quedaba su
obra para elaborar un proyecto.
Queríamos publicar un libro para el
catálogo de Ekaré, pero no sabíamos qué vuelta darle. Nos tomó mucho tiempo
encontrar un camino. Sabíamos que trabajar con obras de arte supone un esfuerzo
titánico: permisos, derechos, herederos, fotografías de alta calidad, acervos,
altos costos y limitaciones inherentes a las características y uso de las
obras. Felizmente, la obra de Socorro había sido debidamente cuidada,
conservada y fotografiada por la directora del Museo de Arte Popular Bárbaro Rivas, Carmen
Sofía Leoni, y por la Fundación Bigott, instituciones pilares de la conservación
y desarrollo del arte popular en Venezuela. Ambos nos dieron todo
su apoyo. Entusiasmados con el proyecto, nos ayudaron con mucho más de lo que
hubiésemos soñado.
Luego de muchas vueltas e intentos de
consolidar un proyecto editorial, siempre obsesionadas con la mirada y la
apreciación de las obras de forma profunda y lúdica, optamos por el juego del veo,
veo. Esta aproximación nos facilitaba la excusa para exponer las obras
en un libro. Veo, veo era el artificio que nos permitía desarrollar una
curaduría coherente en torno a las obras y convertir el libro en un museo
ambulante y accesible para muchos. También daba la oportunidad de que el lector-espectador pudiese asomarse a la obra desde su totalidad (tan lejos) hasta
atisbar el más mínimo detalle (tan cerca).
Los cuadros de Socorro se exhiben en
el libro, desplegados a doble página, antecedidos por unos sencillos versos y
pictogramas que nos anticipan lo que vamos a encontrar (o
buscar) en las obras. En cada una de esas imágenes también nos encontramos con
nosotros mismos, con lo que somos y lo que nos rodea; o en su defecto,
reconocemos al otro, viajamos por un país llamado Venezuela descubriendo nuevos
imaginarios donde habitan el mesonero guapachoso, los enamorados, la guapetona,
la sifrina, el chamito y el cara e’ tabla.
Veo, Veo. El arte de Socorro Salinas tuvo
una gran acogida en Venezuela, y sorpresivamente para la editorial, también en
España. De lo global a lo local, una vez más nos asombraba. Cuando presentamos
el libro en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara la reacción de
muchos fue inesperada y sobrecogedora. Todos aquellos que se fascinaban por el
libro tenían su propio referente. Todos querían tener su propio Veo, Veo local
con su artista entrañable y preferido, y de referentes propios. Han sido muchos
los artistas de diversos países que se nos han descubierto a partir de Socorro
Salinas. Las dificultades de poder acceder, reunir y reproducir las obras son inmensas.
En América Latina muchos de los acervos de artistas plásticos, más aún de
pintores populares, todavía deben ser conservados, ordenados y clasificados
debidamente. Es una suerte poder reproducir la obra de alguno de estos artistas.
El azar nos llevó a que Catalina Holguín nos contara acerca de varios pintores primitivistas de Colombia. Noe León fue uno de
ellos. Investigamos acerca de él y nos dejó absolutamente fascinadas.
La suerte estuvo nuevamente de nuestro
lado y nos abrió el camino a su obra. El Banco de la República de Colombia
acababa de hacer una imprevista adquisición de la obra de este pintor, así como
un importantísimo trabajo de conservaduría, catalogación y registro. Angela
María Pérez, Sigrid Castañeda y el equipo del Banco nos facilitaron el camino
al libro, y fueron mucho más allá de lo que nos imaginamos. Su ayuda fue
inconmensurable. Las obras del pintor Noe León estuvieron listas para una
curaduría en papel en torno a un viaje por Barranquilla y Colombia. Un nuevo Veo, Veo para descubrir de lejos y a cabalidad paisajes insondables, los hombres y
mujeres que somos retratados con cariño y asertividad y de cerca miles de detalles casi imperceptibles como las cucharas de
palo, los mangos, las piñas y las iguanas que conforman nuestra región e
identidad.