Para ilustrar El Dueño de la Luz (adaptación de Ivonne Rivas, ilustraciones de Irene Savino), Irene Savino se embarcó en un viaje al Delta del Orinoco. Esta es parte de su testimonio sobre la experiencia de ilustrar un mito warao:
“Hay casos donde el ilustrador tendrá que recrear una historia que tiene origen en tiempos inmemoriales, ocurrida en un lugar lejano, cuyos protagonistas le son desconocidos. Una historia antigua que, antes de ser texto escrito, ha sido contada por los padres a sus hijos durante muchas generaciones para explicar el origen del mundo.
Hace un tiempo ilustré 'El Dueño de la Luz', un mito warao sobre el origen de ese fenómeno natural. Inicié mi trabajo buscando información en libros y fotografías del Delta del Orinoco, manipulando objetos waraos y conversando con especialistas que habían trabajado en la zona. Pronto me di cuenta de que los materiales de referencia que había acumulado no me bastaban para encontrar las claves del tono visual adecuado para el libro. Para mí fue imprescindible viajar al Delta.
Comienza el viaje
Buscaba información sobre la apariencia de las cosas: cómo es la vegetación, cómo es un palafito o una curiara. Toda esa información visual me fue muy útil para realizar los dibujos finales. Pero solo la experiencia directa de estar en el lugar donde transcurría la historia me permitió encontrar el registro adecuado donde desarrollar mis imágenes. Sin navegar durante horas por los caños, no hubiese podido pintar el agua. Sentir su fluidez. Ver cómo se colorea con todo lo que refleja, donde plantas, islas y nubes tienen su imagen análoga invertida. El cielo estaba sobre mi cabeza y también abajo, en el agua que surca la embarcación. Y fue allí donde identifiqué el patrón visual de sus ondas que finalmente derivó en la forma gráfica característica del libro que ilustré.
Matices nocturnos
Empapándome con cada chaparrón construí mi versión de ese entorno acuático, que es el escenario de la cultura de los waraos. 'El Dueño de la Luz' se inicia en una noche eterna, en un tiempo donde no hay día ni noche. La oscura noche del Delta me permitió ver la gama de grises y sus contrastes definiendo el paisaje nocturno. Negro intenso en las siluetas de las islas, el gris oscuro en el agua y gris medio en el cielo. Esa gradación tonal, trasladada al color, pasó a mis ilustraciones.
Un mundo tejido y suspendido
Al igual que en la historia que estaba ilustrando, en sus palafitos no existen objetos que para nosotros son tan comunes como las sillas, mesas o camas. No los necesitan ya que tienen en el chinchorro un único y polifacético mobiliario que les sirve para sentarse, cocinar, comer, dormir y que finalmente, los amortaja al morir. No hay armarios para guardar sus enseres. Tejen cestas iguales al mapire de la muchacha del mito de 'El Dueño de la Luz'. Tampoco tienen luz eléctrica para alumbrarse de noche.
Al hacerse de noche, desde mi chinchorro podía ver la imagen fantasmal de los hombres warao desplazándose por los palafitos con luces sobre las cabezas. Como mineros, llevaban cascos con linternas, adquiridos en algún mercado de Tucupita tras vender sus artesanías. En una radio a pilas del palafito vecino al mío sonaba una música. Eran Simon & Garfunkel con su canción Bridge Over Troubled Water que paradójicamente sentí familiar".