martes, 9 de julio de 2013

Decisiones narrativas

Un perro en casa es un buen ejemplo de cómo texto e imagen pueden contar en absoluta sinergia una historia en un álbum. El manuscrito de Daniel Nesquens nos llamó la atención por su ritmo, humor críptico pero amable a la vez y la combinación de aspectos muy detallados en la narración con otros apenas esbozados. La mezcla de parquedad y extrañeza del texto ofrecía posibilidades casi ilimitadas para explorar el desconcierto, que es, en el fondo, el gran tema del libro. La situación inusual y absurda de base, sumada a la indeterminación de algunas de las coordenadas narrativas (tiempo, espacio, final abierto...) se abría a la interpretación e invitaba a que quien lo ilustrara se lo apropiara como un verdadero coautor, tal como lo hizo Ramón París. 

El proceso de ampliación mediante las imágenes dio para mucho juego y exploración. Había que fijar (literalmente dibujar) los elementos de la historia para darle coherencia y cohesión a ese mundo en que lo extraordinario se solapaba con lo cotidiano, con lo cual hubo mucho intercambio de ideas en torno a cómo hacer esto posible y cuál era el mejor tono visual para lograrlo. Así, decidimos evocar The Twilight Zone, una serie de la TV americana de los años cincuenta (en Latinoamérica, La dimensión desconocida y en España, En los límites de la realidad), pues precisamente exploraba los límites de lo improbable en un contexto probable. La decisión estableció ejes para construir la verosimilitud y dio lugar a otras decisiones estéticas y narrativas. Se impuso así un tono visual minimalista con mucha fuerza expresiva en el que la caracterización de los personajes y espacios recreaban la gravedad y la tensión a través de la economía de los recursos compositivos. El diseño, en su diagramación, uso tipográfico... también hace eco a la referencia televisiva y de los años 50 como época. 



Consecuentemente, se ilustró la historia en blanco y negro; aunque el color entró más adelante para marcar los tránsitos de afuera y adentro y para subrayar la misma estridencia de la situación. Así mismo, se echó mano de juegos de focalización propios de la pequeña y gran pantalla para crear desasosiego e intensificar la atmósfera de misterio. Por ejemplo, se evitó mostrar los rostros de los personajes humanos para reforzar el protagonismo del perro. Las imágenes descabezadas advierten que se está ante una historia nada convencional y la escisión entre voz (la historia es contada por el niño) y perspectiva (vista y escala en relación al perro), sin duda, profundiza el desconcierto del lector y lo descoloca aún más. Este juego de contraponer voz y mirada cede (mostrando la cara del chico) en algunos momentos para intensificar la empatía del lector con el niño. 


Quizás una de las cosas que cambió más a lo largo de todo el proceso fue el final. Nesquens, quien está acostumbrado a escribir sabiendo que hará llave con el ilustrador, lo dejaba bastante abierto, al punto que algunos lo encontrábamos descorazonador. La licencia estaba dada pero era complicado ver cómo explotar mejor ese voto de confianza del escritor. La ilustración debía, por un lado, mostrar la frustración del niño, a quien no se le cumple el deseo de tener mascota (un deseo que, hasta donde sabemos, sólo se ha creado por las circunstancias por lo que resulta especialmente cruel) y, por otro, debía brindar una salida menos tajante, un final menos definitivo.

Sabíamos que la solución pasaba por apelar a una estructura cíclica pero fue intrincado dar con una salida adecuada. En esto Ramón fue clave porque al ser tan lógico y coherente a la hora de configurar su mundo ficcional algunas de las alternativas que dábamos se desmoronaban rápidamente y eran desechadas. Al final el anclaje se hizo insistiendo en el umbral que da paso a lo maravilloso: las tuberías. Para destacar aún más sus cualidades mágicas introdujimos una tinta adicional –el plateado— y las hicimos protagonizar en las guardas en señal de que son un elemento clave para el cuento. El umbral tan urbano y común era consecuente con este perro que, de apariencia pedestre, es extraordinario puesto que es capaz de dibujarse pero también de diluirse. Después de todo, las tuberías, drenajes, alcantarillados, incluso en la realidad, tienen algo de misterioso-mágico porque pasan de lo visible a lo invisible y hacen que, sin que sepamos con exactitud cómo, las cosas aparezcan y desaparezcan de nuestra vista. El recurso era, además, cónsono con otra decisión de la ilustración, que el perro fuese de tinta. 




Texto realizado por Irene Savino, directora de arte de Ekaré, y Brenda Bellorín, editora invitada.

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