miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tomi Ungerer, el inclasificable

Una vez más, Ana Garralón invita a la lectura de un gran artista: Tomi Ungerer. En esta ocasión tendrán la oportunidad de conocer al autor e ilustrador de Flix quien, lejos de ser común, derrocha autenticidad en forma de libros.

Tomi Ungerer cumplirá próximamente 81 años y nos gustaría celebrarlo por adelantado. Somos muchos los que desde hace años disfrutamos de su trabajo y lo recomendamos. En el año 1993 publiqué un retrato en la revista CLIJ que me gustaría rescatar -con algunas actualizaciones-. Ungerer ha sido uno de los más singulares creadores. En lengua española apenas conocemos sus libros infantiles y no se sabe nada de su faceta como cartelista, activista político, erotómano y caricaturista. Todo esto está en sus libros y me gustaría volver a recordarle.

El único libro de los publicados en España que llegó precedido por el escándalo fue Ningún beso para mamá, uno de los últimos que escribió para niños y que le valió, en Estados Unidos, no sólo las airadas protestas de las feministas y los educadores, sino también el Premio al Peor Libro publicado para niños de ese año. Junto al premio vino también la prohibición de publicar su obra, prohibición que estuvo vigente desde 1970 hasta bien entrada nuestra década. Sobre el contenido del libro, el propio Ungerer escribió: “Era un escándalo mostrar a un niño sentado en la taza del WC. Así que puedo decir que fui el primero en EE.UU. que hizo saltar los tabúes mostrando gente que bebe alcohol, que fuma cigarrillos o que apesta a todo el mundo con sus puros”.


Cuando Ungerer publicó este libro, llevaba ya trece años viviendo en el país que le dio fama y dinero, pero que le provocó un gran desencanto con respecto al sistema. Pero vayamos por partes, pues una biografía tan digna de ser novelada como la suya no merece ser escatimada.

Infancia singular

Tomi Ungerer nace el 28 de noviembre de 1931 en Estrasburgo. Su apellido es ya conocido en toda Europa, pues su padre, Theodore Ungerer, es un reputado fabricante de relojes astronómicos entre los que se encontraba el de la Catedral de Messine en Sicilia, el más grande del mundo. La personalidad del progenitor era extravagante; escritor, ilustrador, bibliófilo, inventor, maniático del francés, alemán y alsaciano y profundamente apasionado por la vida, compaginaba sus trabajos como director de la fábrica familiar, con el estudio de la astronomía y la creación de cuadrantes solares. Cuando Tomi apenas tiene 4 años, el padre muere. A pesar de la corta edad, le transmite el respeto y amor por los libros: "Uno de los recuerdos más precisos que tengo de él es estar en sus brazos mientras me mostraba los libros de su biblioteca".

La pasión que el padre siente por casi todo, la contagia al primogénito, que afirma haber abierto los ojos al mundo a partir de ese momento. Un mundo que le deparará muchas sorpresas. La muerte del padre obliga a esta próspera familia a mudarse a Logelbach, una pequeña población cercana a Colmar. Allí Tomi y sus tres hermanos, dos chicas y un chico, descubren la naturaleza de la mano de la madre –escritora, amante de la música y de los secretos de las plantas medicinales, y contadora de historias, que les lleva a dar largos paseos por los bosques. “De esas caminatas volvíamos con los macutos repletos de castañas, champiñones y plantas medicinales que eran secadas en el granero”.

En 1939, Alsacia cae bajo el dominio alemán. El francés y el alsaciano quedan prohibidos, su casa es requisada, primero por los franceses y luego por los alemanes, que alojan a los Ungerer en una fábrica cercana transformada en campo de prisioneros. De esta manera el pequeño Tomi descubre pronto los cambios que la vida ofrece y la relatividad de determinados valores. Relata cómo el primer oficial con cargo que se instaló allí fue a presentarle sus saludos a la madre y, después de explicar las glorias del Reich le dijo, señalando un castaño propiedad de la familia: "Ah, Frau Ungerer, ya verá usted, dentro de poco tendremos judíos colgados en cada una de esas bonitas ramas".

La nueva escuela, Oberschule Mattías Grünewald, se rige por los principios del nacional-socialismo y, a pesar de que Tomi tiene buenos recuerdos de aquella época, la confrontación de la guerra, el profundo cambio social y la distorsión de valores que vive, marcan profundamente su personalidad. Todos los recuerdos de esta época son contados por Ungerer años más tarde, en el hermoso libro Die Gedanken sind Frei (Los pensamientos son libres), donde muestra sus trabajos escolares infantiles, las aventuras con personajes locales del pueblo y el inmenso cariño y amor que su madre les transmitió.

La juventud

En 1945, la enseñanza del francés es rehabilitada en las escuelas pero, después de cuatro años de dominación alemana, de guerra y de desorden, es muy difícil para los jovenes alsacianos readaptarse, y Tomi, educado siempre en el antiautoritarismo relata cómo su madre, sorprendida por los alemanes hablando francés durante su prohibición, les contestó, con mucha locuacidad: “Señor Obergruppenfüher, yo continuaré hablando francés. Y, ¿sabe por qué? Porque, si después de la guerra ya nadie habla francés, ¿quién va a gobernar Francia?” El oficial se levantó y respondió: "¡Por fin una auténtica hija del Führer! Querida señora  Ungerer, continúe tranquilamente hablando francés. Eso no molesta más que a los plebeyos imbéciles".

Tomi se resiste a esos cambios y, mientras lee a Regnier, Maret, Renard, Verlaine, Prevert, Céline y Chamfort, en el boletín de notas se le califica de perverso y subversivo. Decide entonces dejarlo todo y tomar su macuto para pasar unas largas vacaciones. En autostop recorre numerosos países durante dos años. En 1952 viaja por Europa, Laponia y parte de la denominada Rusia; a su regreso, sin profesión y sin demasiadas oportunidades, se alista en la Armada y elige como destino Argelia, pero no estará allí por mucho tiempo pues cae gravemente enfermo y, al no soportar la disciplina militar, es desmovilizado. Vuelve a Estrasburgo, donde ocupa la antigua casa familiar y se inscribe en la Escuela de Artes Decorativas. Al cabo de un año es expulsado por indisciplinado. Empieza entonces a ganarse la vida como escaparatista y dibujante publicitario.

La aventura americana

Al mismo tiempo descubre a Steinberg, Thurber y el mundo de las revistas americanas, y frecuenta el Centro Cultural Norteamericano. Se inicia así una nueva etapa en su vida personal y profesional. Su espíritu inquieto no se hace esperar y, al cabo de dos escasos años, emprende la aventura americana. Sesenta dólares en el bolsillo y una carpeta repleta de dibujos son su único equipaje.

La editorial Harper le publica su primer libro infantil: Los Melops se lanzan a volar, primero de una larga serie que, pasado el tiempo, prefiere no recordar, pero que, en su momento, recibió muchos premios y también críticas. Alterna entonces su trabajo en el ámbito de la literatura infantil, con colaboraciones en revistas como Esquire, Life, Holliday, Harpers, The New York Times y en el mundo de la publicidad y la televisión, creándose un buen prestigio por la calidad de sus dibujos, su ironía y atrevimiento.

Ungerer se da cuenta entonces de la gran diferencia que existe entre un cartel de publicidad y un libro. Ilustrar un libro significaba –y aún hoy es así, por fortunacrear algo sólido y perdurable, mientras que una revista tiene una vida corta. Así que, fiel al principio de que el artista crea para no ser olvidado, encamina sus esfuerzos al campo de la edición y tiene la suerte de conocer, en 1957, al entonces joven editor alemán Daniel Keel que, con sus escasas economías, iniciaba su andadura como empresario y que, según Ungerer, "es el editor más sorprendente que he conocido en mi carrera: original, ecléctico, eléctrico, imposiblemente posible, de una originalidad sin compromiso. Mi libertad de expresión no hubiera sido posible más que gracias a la libertad de expresión de mi editor de Zurich".

En América vive, durante casi trece años, su período más fértil, no sólo con los libros infantiles que aún hoy son conocidos y cuya difusión le sorprende (“Cuando pienso que cada año hay cerca de dos mil libros nuevos de imágenes y que los libros que hice hace treinta años, que me parecen horriblemente ingenuos, se venden todavía…”), sino con la publicidad que le valió numerosos premios y una gran exposición en Berlín bajo el auspicio de Willy Brand. 

Afán provocador

Pero no es una época llena de momentos felices. Ungerer tiene numerosos enfrentamientos con grupos que no admiten sus posturas tan provocadoras, sus libros llenos de imágenes perturbadoras en los que la moral se presenta como algo relativo. Su producción varía tanto de contenido y de ideas que no siempre encuentra editor: "Hay que comprender dice excusando a los editores- que no es fácil publicarme. Cada libro es diferente: libro infantil, de sátira social, de erotismo, de reportaje. Hay que tener mucho valor para publicar a un errático. Los lectores compran un Simenon sabiendo que leerán Simenon, un álbum de Sempé porque adoran Sempé. Mis libros son sin marca establecida y sin garantía”. Sus libros, al igual que sus inquietudes y proyectos, están repartidos entre los países cuyas lenguas domina: Francia, Alemania y Estados Unidos.

En 1970 conoce en el metro a quien un año más tarde sería su mujer, Yvonne. Con ella emprende una nueva etapa en su vida y se marcha a Canadá a vivir en una granja de manera autónoma. Las experiencias de los años que viven allí están contadas en el sugestivo libro: Nos années de boucherie: "Yvonne y yo dejamos Nueva York en 1971 relata al principio de este librorepugnados por la ciudad donde nuestras existencias, lanzadas a una velocidad de autopista, habían sufrido una avería de esencia y salíamos pitando por el primer atajo sin prever, incluso, lo inesperado”. El retorno a la vida en pleno contacto con la naturaleza y los animales, que les permiten ser autosuficientes, y junto a los peculiares habitantes de un pueblecito cercano, miembros de una secta protestante, con costumbres bastante antiguas y, con frecuencia, agresivos, sorprende a esta pareja recién llegada de Nueva York. Una pareja especial, cierto, que en poco tiempo organiza la vieja casa y se adapta, no sin humor, a ese ambiente donde, según recuerda en ese libro, vivieron siete años con los fusiles cargados y siempre a mano, “como en las mejores aventuras del Oeste”.

El libro es una crónica llena de lo que a Ungerer le gusta: lo absurdo, su inevitable propensión a lo mórbido, y alergia a todo lo que es normal. Cuando tiene que instalarse en Canadá como emigrante, lo primero que ha de hacer es inscribirse en las autoridades locales y consignar su profesión, pero ni autor, ni ilustrador ni artista gráfico, figuraban en aquel entonces en el registro que consignaba las nomenclaturas de las profesiones. “Fui, pues, inscrito como empresario”, y añade con esa ironía que le caracteriza: “empresario de pompas fúnebres habría sido más de mi gusto”.

Creador inclasificable

Durante esa época, su editor, Daniel Keel, mantiene un estrecho contacto con él y organiza numerosas exposiciones. Ungerer, con el aislamiento y tranquilidad que le permite su nueva situación, está concentrado en hacer un libro que recopile todas las canciones de su niñez: Das Groβe Liederbuch, que publica en 1975 con gran éxito. Ese mismo año el museo de Estrasburgo consagra a su obra una gran exposición con la que Ungerer recupera sus lazos con Alsacia. También los franceses se reconcilian con este extraño y peculiar artista al que le gusta desconcertar y cuya obra reconoce que es “demasiado diversificada para los franceses". Este creador que huye de las clasificaciones y que sólo trabaja por afinidad personal no tiene ningún reparo en dejar plantado a un periodista "que no entiende nada", a un equipo de televisión porque hay alguien demasiado autoritario, o en rechazar una interesante campaña de publicidad por no tener afinidad con la persona que se lo propone. Su obra para adultos está llena de referencias eróticas, con las que se libera de su estricta educación protestante, y de crítica a la actual sociedad de consumo y de doble moral. Esta época industrializada donde los hombres de letras parecen haber desaparecido y en la que la gente "puede compararse de alguna manera a un bote de conservas. Y eso equivale, en definitiva, a la sociedad comunista donde cada individuo no es más que un número".

Después de estos siete años en Canadá, elige una nueva residencia junto a su mujer y sus tres hijos en Irlanda, donde permanece hasta la fecha. Ya no escribe libros infantiles y muy pocos para adultos, dona muchísimo material gráfico a Estrasburgo donde hay un museo dedicado a su obra, y su editor, de vez en cuando, ordena sus papeles y se anima a clasificar algunos de ellos para hacer algo especial, como cuando le pidió a Janosch textos para uno de ellos. La principal labor de Ungerer se centra en colaborar con grupos de ex drogadictos y niños enfermos, para los que recauda dinero sin abandonar un ápice su ironía y buen humor. Así, afirmando que el arte no es más que el fruto de la casualidad, cuenta en una entrevista televisiva cómo, aprovechándose de su popularidad, se burló de los críticos de arte, de su consumo y, sobre todo, de las galerías, a las que considera unas timadoras, haciendo una exposición con objetos rotos sin ninguna intención artística, que se vendieron rápidamente y cuyos beneficios fueron para uno de estos colectivos.

Libros sin edad

Su afición a crear objetos con restos la traslada al papel para crear libros sin edad como Clic-clac, un curioso entretenimiento que transforma recortes de prensa con imágenes de objetos en nuevos elementos con cualidades que antes no poseían: el cabello de una mujer es una ola, la máquina de escribir, de dentadura de un rinoceronte; o unos anteojos, los pantalones cortos de un entusiasta explorador.

Aunque tuvo hijos, enseguida dejó de escribir para ese público. Tal vez por eso considera que su obra se dirige tanto a pequeños como a grandes, defendiendo de paso la lectura compartida y en voz alta como el antídoto perfecto de la televisión. "Diría que hay dos cosas importantes a desarrollar en un niño: la fantasía y el sentido práctico. Sin embargo, la televisión no hace ni lo uno ni lo otro. La televisión y el cómic dan la fantasía terminada y hecha. La sucesión de las imágenes es tan corta que no desarrolla ninguna fantasía más en el espíritu del niño, mientras que un libro, entre página y página, se puede imaginar ya todo un mundo".

Actualmente, lo que más le gusta es escribir, aunque lamenta no ser más publicado. Los dibujos sobre todo los que él hace le producen alergia: nunca acaban de corregirse y declara que no es un buen artista. Pero los que hemos tenido la oportunidad de conocer su trabajo, sabemos que no sólo es un artista sino que, tanto su arte como su vida, destilan la mayor de sus aficiones: provocar. Cualquier cadena de televisión o revista que le proponga una entrevista ya puede estar preparada para todo, en caso de que acepte. Como cuando la televisión alemana, después de haber editado el cuento de Heidi, le preguntó cuál había sido el mayor problema con el que se había encontrado y respondió: "Saber si ella llevaba braguitas debajo de su vestidito de nada"El año pasado, con motivo de su 80 aniversario, se realizó un documental sobre su vida y obra que queremos recomendar: Far our isn't far enough.

Irónico y mordaz, lo que más le gusta a Ungerer es sentirse inclasificable. Él mismo dice: "Soy una maleta sin viajero". Ah, cómo nos gustaría tener ahora más ilustradores como Ungerer, de verdad.

Texto escrito por Ana Garralón para su blog anatarambana

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