miércoles, 14 de marzo de 2018

Imágenes de un viaje hecho cuento: de la fotografía a la ilustración

Arianna Arteaga Quintero, viajera empedernida por tradición familiar, puede asegurar como pocos que conoce Venezuela de punta a punta, de costado a costado. De cada uno de los lugares que visita guarda una foto memorable y muchos recuerdos. Aquí algunas de las que sirvieron de inspiración para su libro Guachipira va de viaje, así como el relato de la autora sobre la transformación de sus imágenes en las ilustraciones de Stefano Di Cristofaro

"Estas fueron las fotos que le llevé en mi portátil a Stefano cuando lo conocí. Recuerdo perfecto entrar a la oficina de Ekaré y ver a aquel pelirrojote despeinado y pecoso, un poquito tímido, pero con una sonrisa dulce, amable, comprensiva. Abrí el archivo y le fui enseñando uno por uno los paisajes del manuscrito de Guachipira y alguna otra menudencia que me parecía que podía servirle para convertir mi viaje en magia, en dibujitos. 

Stefano se sorprendía, me preguntaba si las había tomado todas yo, le parecía curiosa —como quien mira un pajarito de colores— esa vida dispersa entre un paisaje y otro. 

Le expliqué lo emocionante que era ver a una tortuga marina salir del agua para desovar y, luego, él la dibujó enorme, tanto como mis ojos se abrieron al verla. Le conté de los monos araguatos que aullaban gruñidos de selva del Delta del Orinoco. Le hablé acerca de mis viajes. Y finalmente le conté de mi abuelita, de Caruao, de mi familia… y así Stefano se convirtió él mismo en un ciempiés rojo para no quedarse afuera de La Guachafita, el lugar idílico donde nos reuníamos todos. 

Así Guachipira, la historia que nació de mis viajes, se convirtió en otro viaje insólito, uno que de verdad no me esperaba".

Guachipira comenzó su viaje por la costa. Subió por un sendero que cruzaba un bosque de enormes helechos y árboles muy altos. Un árbol gigantesco y anciano, que se llamaba Niño, le habló lentamente. 

Parque Nacional Henri Pittier, Aragua, Venezuela.

Siguió su camino y llegó a una bahía de aguas claras y transparentes. Los delfines la rodearon y le dijeron: —Guachipira, aquí hay unas anémonas de todos los colores. Parecen flores. 

Parque Nacional Mochima, Sucre, Venezuela.

Una inmensa tortuga Cardón que había salido del mar a poner sus huevos le contó: —Guachipira, aquí cerca hay unas señoras que cultivan cayenas de todos los colores del arcoíris.

Península de Paria, Sucre, Venezuela.

Guachipira siguió su viaje. Llegó a un lugar en donde el gran río termina su camino y se abraza con el mar. Un mono araguato le dijo a grito pelado: —Guachipira, llévate estas flores de bora que flotan en el agua y nunca paran de crecer. 

Delta del Orinoco, Delta Amacuro, Venezuela.

Tierra adentro, llegó a la cumbre de un tepuy, una montaña de cima plana, repleta de piedras y flores muy raras. Una rana color carbón que caminaba en lugar de saltar, le dijo: —Aunque no lo parezca, esa cosa muy chiquita que está ahí es una flor que come insectos. 

Parque Nacional Canaima, Bolívar, Venezuela.

Navegando por los ríos, Guachipira llegó a una llanura grande como el mar pero de puro verde. Una garza elegantísima le saludó y se la llevó a volar.

Los Llanos, Barinas, Venezuela.

Guachipira subió a una montaña muy alta y fría. Allí encontró unas matas peludas con flores amarillas llamadas frailejones. 

Sierra Nevada, Mérida, Venezuela.

Ya estaba cansada y pensó que en esa arena tan caliente no podía haber flores. Entonces una iguana milenaria se acercó y le dijo: —No te rindas, Guachipira. Si te fijas bien encontrarás un cactus con una flor blanca como la luna. 

Parque Nacional Los Médanos de Coro, Falcón, Venezuela.

Finalmente, Guachipira pasó por Caracas. Los edificios, los carros y el ruido la asustaron, pero vio una hermosa montaña que la protegía. —Vente, Guachipira. En lo más alto de la montaña crece la rosa del Ávila.
Parque Nacional Warairarepano, cerro el Ávila, Caracas, Venezuela.

© Arianna Arteaga, Fotografía.

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