martes, 27 de febrero de 2018

El bosque del sueño: origen y edición de Duermevela

Una historia pensada para ser narrada con texto e imagen suele pasar por varias transformaciones: Juan Muñoz-Tébar, autor de Duermevela, nos cuenta el proceso que convirtió el bosque que imaginó en la selva tropical que ahora acoge a Elisa y Estebaldo.

El origen de Duermevela no es otro sino la necesidad de que mi hijo Gaston se durmiera. En aquel momento Gaston sentía miedo de que algún monstruo pudiera atacarlo mientras dormía, así que se quedaba alerta y no pegaba el ojo. Una noche inventé una historia donde íbamos a la casa de Frankenstein y lo encontrábamos durmiendo con un pijama de calaveras. Luego, fuimos a sumergimos en las profundidades del mar y le dimos las buenas noches al Kraken, y después entramos en una cueva llena de tigres que nos recibieron bostezando del sueño...

Aquella historia la seguí contando durante muchas noches, cambiándole los personajes y los lugares pero siempre llegando al mismo final: Gaston se quedaba dormido. Que la historia aprobara el test del sueño de mi hijo me animó a escribirla, y lo que me salió fue el relato de una niña valiente que siempre atraviesa un bosque oscuro para poder dormirse. La niña era un zorro y se llamó Elisa. A su amigo, un jabalí, le puse Estebaldo. Y por más que me rompí la cabeza no encontré un buen nombre para ese lugar donde entramos para quedarnos dormidos (“vigilia” nunca fue una opción), así que lo llamé “El Bosque del Sueño”.






“El Bosque del Sueño”. Así se llamaba el texto que leyó Irene Savino, amiga y editora de Ekaré en Barcelona. Un sábado los dos nos encontramos por casualidad en medio de una exposición, y yo le hablé del cuento y se lo envié al día siguiente. La primera versión del relato era bastante recargada, pero Irene vio que había una buena historia y tuvo la magnífica idea de pasársela al ilustrador Ramón París. Además, Irene metió en el proyecto a la editora Brenda Bellorín, una gran amiga con quien trabajé en el Banco del Libro hace algunos años. Así que, de pronto, comprendí emocionado que iba a hacer un libro con gente que quiero y admiro.

Contando con cuatro venezolanos en el proyecto (Brenda en Caracas, e Irene, Ramón y yo en Barcelona), lo natural era que el relato se tropicalizara. Ramón propuso la selva y de su espesura salió una Elisa convertida en niña de verdad. Su amigo Estebaldo primero se transformó en un zorro, y luego, gracias a las ideas y el trazo de Ramón, Estebaldo se convirtió en un fantástico oso hormiguero. Cariñoso, cercano y expresivo. El perfecto compañero para salir a buscar el sueño.

Fue entonces cuando Brenda Bellorín y yo hicimos la primera edición del texto. Básicamente, lo limpiamos de repeticiones cansinas y frases evidentes.


Por ejemplo, en el original:
Dos escenas de Elisa y Estebaldo. Escena 1: iluminando a unas ardillas que están durmiendo dentro del agujero de un árbol. Escena 2: iluminan a unos venados que bostezan echados en el suelo tras un arbusto.
Elisa y Estebaldo miran en los agujeros de los árboles, descubren lo que hay detrás de los arbustos.
Y después de la primera edición...
Elisa y Estebaldo iluminan a un grupo de ardillas en el agujero de un árbol (algunas bostezan, otras duermen).
A Elisa y Estebaldo les gusta asomarse a los agujeros de los árboles.
Al finalizar aquella edición, me tocó esperar un año para poder ver alguna imagen del cuento. El modo de trabajar de Ekaré establece que el escritor no tenga contacto con el ilustrador, y por tanto, yo nunca supe lo que estaba haciendo Ramón. Cada vez que les preguntaba por el libro, Irene y Brenda sólo me respondían: “está quedando buenísimo”. Al principio creí que me iba a desesperar por no poder ver las ilustraciones, pero no fue así. Simplemente, confié. Tuve confianza porque Ramón es un excelente ilustrador y porque Brenda e Irene jamás editarían un libro feo o malo. Así que, confianzudo, esperé. Esperé hasta que un día no aguanté más y contacté a Ramón para que me mostrará algo en secreto. Y claro, ahí me quedé maravillado.




Ramón París le dio la vuelta a este cuento con una lectura inteligente y muy personal. El sueño de cualquier guionista es que llegue un director y saque lo mejor del texto que has escrito, y Ramón, con el apoyo de Irene Savino, hizo un trabajo irrepetible como ilustrador/director de esta historia. Además, el descubrimiento de sus ilustraciones coincidió con la búsqueda final de un nombre para el cuento, es decir, un nombre para esa selva que había creado Ramón. Hicimos un par de listas pero nada nos convencía, hasta que un domingo Brenda se apareció en Skype con la palabra Duermevela. Después de darnos una vuelta por el DRAE (“Sueño ligero en que se halla el que está dormitando”), y luego de repetir la palabra una cuantas veces para comprobar su sonoridad, Duermevela nos gustó tanto que ya no buscamos más.

Brenda y yo hicimos la edición final del texto en tres sesiones (en la segunda nos ayudó nuestra querida Maité Dautant). Aquello fue un buen desafío. Las ilustraciones de Ramón eran tan potentes que el texto tenía que convertirse en un tobogán que te llevara hacia ellas. Machete en mano, empezamos a cortar el texto y a reescribirlo rodeados de la paz de esta selva nocturna y colorida que ahora es Duermevela.

Y si decía:
Allí, el viento sopla dormido
y las hojas apenas se mueven. 
Terminó quedando:
Allí, cuando el viento bosteza,
las hojas apenas se mueven.
Creo que no cambiaría nada del proceso que nos condujo hasta Duermevela, porque mi hijo Gaston, Irene, Brenda, Ramón y yo hemos terminado imaginando la misma historia: un relato selvático y venezolano, una aventura tranquila donde la curiosidad es quien nos lleva al sueño.

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