jueves, 29 de octubre de 2015

Los mundos expresivos de Morella Fuenmayor

Irene Savino, diseñadora y directora de arte de Ediciones Ekaré, comparte su experiencia de trabajo junto a Morella Fuenmayor (1963-2002), ilustradora de siete títulos de Ekaré, a quien rendimos homenaje a propósito de los 25 años del clásico libro: Rosaura en bicicleta


Conocí a Morella una tarde de hace casi treinta años en el Instituto de Diseño de Caracas. Estaba interesada en ilustrar, sabía que yo trabajaba en Ediciones Ekaré y quería mostrarme sus dibujos. Como directora de arte tuve la suerte de acompañarla en el proceso de desarrollo de siete de sus libros, siete propuestas diferentes en cuanto al tema, edad del destinatario y técnicas de realización, todas ellas abordadas con delicadeza y escrupulosidad.

El book de Morella no era diferente ni más variado, pero en sus trabajos quedaba claro que dibujaba con acierto y que su trazo era seguro y limpio. De este primer encuentro, lo que más me llamó la atención fue cómo, a pesar de su timidez, Morella transmitía la firmeza de haber escogido su profesión: iba a ser ilustradora. 


En Estaba la pájara pinta, Morella construyó el espacio dibujando a lápiz un mínimo de elementos: un banco y un árbol. La ambientación se completa con una paleta restringida de colores primarios. Mediante la recreación cuidadosa de expresiones, poses y miradas plasmó en sus personajes algo tan inasible como es la relación de afecto que se desprende del juego amoroso de una madre con su hijo.  El resultado es un libro encantador, profundo en su simpleza.


La observación de los detalles como herramienta en la búsqueda de motivos para la representación se evidencia en su segundo libro, Un día en la oficina de 1987. La cotidianidad de una oficina se rompe cuando un padre lleva a su hijo al trabajo. Utilizando la misma técnica del libro anterior, da en este un mayor protagonismo al escenario de la oficina. El ambiente es el detonante de las acciones.

Rosaura en bicicleta planteó nuevos retos: la técnica para lograr la atmósfera deseada, los personajes y situaciones -que a pesar de lo inusual debían parecer cotidianas-, la secuenciación que no tenía que perder ritmo ni interés hasta llegar al esperado final. Al volver a hojear este libro queda claro que las decisiones que tomó Morella fueron las acertadas para hacer real, literariamente hablando, el mundo luminoso de la Señora Amelia y de Rosaura, su gallina, que pide una bicicleta para su cumpleaños.

La experiencia de Rosaura en bicicleta le permitió abordar con madurez el cuento de Orlando Araujo, Miguel Vicente pata caliente. Aquí vuelve a destacar la recreación del personaje, un niño en los escenarios de su ciudad. Morella realizó una cuidada recopilación de entornos. Recorrió Caracas para captar con sus bocetos detalles significativos en lugares emblemáticos. 

Uno de los procesos que vivimos de manera más gustosa fue el de Las recetas de misia Elena, de 1993, con textos de Elena Iribarren, editora de Ediciones Ekaré en esos tiempos. Morella preparaba cada receta para poder recrearla. Disfrutábamos mucho cuando nos visitaba para mostrar los avances del libro y las reuniones se acompañaban de ricas barritas de chocolate y ponquecitos de auyama. A pesar de que en Las recetas de misia Elena no hay narración, Morella no renunció a crear personajes que mostrarán en una serie de recuadros ilustrados los diferentes pasos de la elaboración de cada plato. Cada receta es “preparada” por un niño caracterizado con su propia personalidad.

Con la utilización de la acuarela recreó la vida de una familia monoparental donde La cama de mamá es el lugar polifacético donde mejor se está. Las ilustraciones, ambientadas en el interior de la casa, cuentan a través de infinidad de detalles la cotidianidad de los personajes que allí viven. Un pequeño mundo de relaciones familiares, de complicidades entre hermanos y cuidados maternales que confluyen en la cama de mamá.

 1. Samantha | 2. Atalanta | 3. Felipe 
Hacia finales de los años noventa trabajamos juntas por última vez en El libro de los nombres, un título que aún se mantiene inédito. Se trata de un diccionario de nombres que con mucho rigor preparó Verónica Uribe. Encargamos a Morella la entrada de cada capítulo, queríamos que ilustrara un personaje representativo cuyo nombre empezara con la letra correspondiente. Con buen tino, Morella seleccionó los caracteres y los representó con la simpleza de la línea. Aparecen la incansable Atalanta en la A, Felipe, aficionado a los caballos en la F, Samanta la que escucha en la S, entre otros. Y aquí también logró lo que tan bien sabía hacer: personajes significativos.

2 comentarios:

  1. Grande Morellita, por siempre te recordaré como una de las personas más diáfanas, sensibles y talentosas en este mundo de la ilustración.

    ResponderEliminar