En esta oportunidad, Vicente Reinamontes comparte el proceso creativo detrás de las ilustraciones de Al sur de la Alameda, novela gráfica basada en las tomas estudiantiles ocurridas en Chile en 2006.
Cuando me invitaron a ilustrar Al Sur de la Alameda, la verdad es que me emocioné un montón. No sólo era la primera vez que ilustraba un proyecto tan gordo, sino que, además, se trataba de una historia con la que pude vincularme inmediatamente.
Por una parte, la historia ocurría en medio de un hito importantísimo para Chile, en donde miles de jóvenes se enfrentaron al gobierno y a las grandes instituciones para exigir un cambio profundo en el modelo educativo chileno. La relevancia de este hecho nos obligó, tanto a Lola Larra y a mí, a ser muy cuidadosos en la forma de desarrollar nuestra creatividad, ya que sucesos como estos integran tantas voces y experiencias, que es muy difícil decidir cuáles serán las protagónicas. Por otra parte, Ekaré Sur me abrió las puertas para plasmar e integrar muchas fijaciones personales que quería resolver con mi trabajo. Al fin y al cabo, formé parte de la generación de estudiantes movilizados y recuerdo muy bien como la “revolución” no sólo sucedía en las marchas o las asambleas, sino también en nuestros corazones (por muy cursi que suene), ya que muchos nos vimos enfrentados a nuevos cambios en la manera de pensar, sentir y vincularse con el otro.
En el trabajo creativo no existen fórmulas cien por ciento lineales o estructuradas, los componentes racionales y emocionales se van entretejiendo sin orden aparente. He hecho el esfuerzo de poder presentar, de la manera más coherente posible, algunas de las cosas que investigué, utilicé o me inspiré para poder ilustrar esta historia.
Por una parte, la historia ocurría en medio de un hito importantísimo para Chile, en donde miles de jóvenes se enfrentaron al gobierno y a las grandes instituciones para exigir un cambio profundo en el modelo educativo chileno. La relevancia de este hecho nos obligó, tanto a Lola Larra y a mí, a ser muy cuidadosos en la forma de desarrollar nuestra creatividad, ya que sucesos como estos integran tantas voces y experiencias, que es muy difícil decidir cuáles serán las protagónicas. Por otra parte, Ekaré Sur me abrió las puertas para plasmar e integrar muchas fijaciones personales que quería resolver con mi trabajo. Al fin y al cabo, formé parte de la generación de estudiantes movilizados y recuerdo muy bien como la “revolución” no sólo sucedía en las marchas o las asambleas, sino también en nuestros corazones (por muy cursi que suene), ya que muchos nos vimos enfrentados a nuevos cambios en la manera de pensar, sentir y vincularse con el otro.
En el trabajo creativo no existen fórmulas cien por ciento lineales o estructuradas, los componentes racionales y emocionales se van entretejiendo sin orden aparente. He hecho el esfuerzo de poder presentar, de la manera más coherente posible, algunas de las cosas que investigué, utilicé o me inspiré para poder ilustrar esta historia.
Como gran parte de la novela ocurre
dentro de un colegio en toma, fue importante decidir qué tipo de guiños podían
llevarnos directamente a este imaginario. La arquitectura de un colegio cercano
al centro histórico de la ciudad, las texturas que encontramos en las paredes,
las frases y consignas que los adolescentes escriben en muros y, el detalle más importante: las salas vacías con los pupitres
apilados en la reja del colegio, que nos transportan inmediatamente a los
acontecimientos sucedidos durante ese año.
Los verdaderos protagonistas de la historia: estudiantes chilenos de secundaria. En ese año era muy común que los adolescentes formaran parte de tribus urbanas, por ello, me concentré en plasmar esos códigos de vestimenta sobre el uniforme escolar de los personajes (pantalones entubados hechos en casa, chapitas en las mochilas, pelos teñidos, piercings, accesorios por todos lados, flequillos emo, etc.). A pesar de estar en ánimos de protesta, los estudiantes seguían fieles a su uniforme escolar; por esto, el movimiento ocurrido ese año recibe el nombre de Revolución Pingüina, ya que con sus uniformes en blanco y negro, parecían pingüinos marchando por la Alameda.
Un elemento indispensable dentro de toda manifestación son los mensajes y
consignas políticas pintadas sobre grandes lienzos o murallas de la ciudad.
Revisé la mayor cantidad de archivo fotográfico y llegué a un gran
número de consignas que quedaron en la memoria colectiva por la agudeza de la
crítica, el humor y la creatividad que utilizaban para dar su
mensaje. Ya sea en paredes, suelos, puertas, baños o carteles, hay muchos
mensajes de este tipo que se pueden ir encontrando en las páginas de la novela.
Como los estudiantes pasaban
mucho tiempo encerrados en los colegios, quise utilizar las
mismas texturas que podemos encontrar en esos espacios como recurso gráfico en
las ilustraciones. Las texturas nos llevan a materialidades, las materialidades
a espacios, y los espacios a momentos con los que nos podemos vincular. Creo
que la textura roñosa, avejentada y áspera que inunda Al Sur de la Alameda, nos transporta a un lugar que permanece en el
pasado, a una situación que ha quedado abandonada o empobrecida.
Con respecto a las texturas y al
pasado, fue importante repasar las distintas formas que han existido de
ilustrar y graficar los movimientos políticos en la modernidad. Tanto en Chile
como en el resto del mundo, existen diversos artistas gráficos vinculados al
afiche y al cartelismo. Como antes los recursos eran
más limitados, y hacer una representación realista resultaba muy engorroso o
caro, esos artistas debían ingeniárselas para explotar las herramientas que tuviesen a
mano y dar con una expresividad que comunicara
un mensaje directo y claro. Siempre me han impresionado los
afiches políticos del Chile de los años 60 y 70, por cómo resuelven su gráfica
con muy pocos colores, y me encantan los errores de calce en las matrices
de serigrafía que generan texturas y matices de colores que dan vida a las
imágenes. No puedo dejar de lado el
cartelismo polaco que, obsesionado con los horrores de la guerra, otorgaron al
dibujo y a la figura humana una expresividad incomparable.
Este tipo de referentes, me
inspiraron tanto en la paleta cromática, como en la composición de alguna de
las imágenes.
Una vez
terminada la investigación, y teniendo claro cómo serían los colores,
ambientaciones, texturas, personajes y perspectivas, fue necesario
desarrollar un storyboard que permitiera revisar, a modo de boceto, cómo
se vería todo el trabajo ilustrado dentro de la historia. De esta
manera, resultaba más fácil comentar y corregir el trabajo por
adelantado, sin temer a perder el tiempo a desarrollar una ilustración
hasta el último detalle y luego terminar rechazada.
Como dibujar a tantos personajes,
mirados en distintas perspectivas y con diferentes expresiones, puede resultar
muy difícil, le pedí a varios amigos cercanos que compartieran los
rasgos faciales que nos imaginábamos de los personajes. Ya que gran parte de
las expresiones y puntos de vista desde donde se miran a los personajes estaban
ya definidos en el storyboard,
resultaba muy fácil fotografiarlos para luego basarme en ellos para dibujar.
Obviamente, como mis amigos no compartían la edad de los personajes, era
necesario ir haciendo pequeños arreglos para que se vieran más jóvenes.
Incluso, como anécdota, utilicé mi propio rostro para basarme en uno de los
personajes de la historia, que es bastante mayor y, además, mujer.
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