Clara Berenguer es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Valencia con una tesis doctoral sobre la ilustración infantil valenciana. Desde 2014 es profesora del Diplomado de Cultura, Lectura y Literatura para Niños y Jóvenes de la Universidad de Valencia y en septiembre de 2016 obtuvo el XV Premio Aurora Díaz-Plaja de crítica y estudio de la literatura infantil catalana. En su reseña nos habla de los aprendizajes de Medusa, la enigmática protagonista del ábum de Kitty Crowther.
La reseña original en catalán pueden leerla en el blog de Llibreria Il·lustrada, aquí
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De pequeña, cuando imaginaba cómo sería mi vida de mayor, me gustaba pensar que a los treinta, una edad que entonces consideraba ya como suficientemente adulta, sería madre de al menos una o dos criaturas. Pero, pasada la treintena, y por diferentes circunstancias que ahora no vienen al caso, aquella inocente proyección infantil parece estar todavía bastante alejada de materializarse y, de momento, por tanto, me he de conformar con pasar todo el tiempo que puedo con los hijos de mis amigas. Que algunas tienen hasta por partida doble. Esta experiencia con la maternidad vivida en segunda persona me permite observar, desde la distancia, los distintos comportamientos maternales y las infinitas posibilidades de crianza que hay, por lo que puedo comprobar, y que en algún momento espero poner en práctica.
Parece que estas cavilaciones alrededor de la crianza y la educación de los niños son cuestiones que también se plantea la escritora e ilustradora Kitty Crowther, quien reflexiona sobre la maternidad y las actitudes tan diferentes y personales de enfrentar la difícil tarea de ser madre en Madre Medusa, entre otros asuntos.
Así, para que sea como es debido, esta historia comienza con un parto, el de Anacarada (Irisada en Mare Medusa, la versión en catalán) que asoma la cabeza entre las piernas de su madre gracias a la colaboración de dos comadronas peculiares que ayudan al nacimiento de la hija de Medusa, un ser extraño y enigmático que se oculta detrás de unos cabellos larguísimos que incluso se mueven como una extremidad más. Medusa es, por tanto, una madre especial y Crowther no lo disimula sino que lo evidencia exageradamente.
De hecho, esta madre Medusa parece descender directamente de la mitología griega y de las teorías del botánico sueco Linneo quien denominó a estos animales marinos con este nombre porque sus tentáculos hacían pensar, efectivamente, en aquellas tres gorgonas que los mitos antiguos describen como monstruos femeninos de cabellos formados por serpientes venenosas que petrificaban a quienes las mirasen. Precisamente, Medusa es de una belleza que cautiva, como también lo son las medusas, pero es, a la vez, un personaje que espanta, una mujer estrambótica que vive encerrada en su propio cabello, tan largo que parece tener vida propia y que se mantiene alejada y distante del resto del mundo. Solamente Anacarada puede acercársele y es solo con ella que se muestra como de verdad es, afectuosa y dulce, pero, sobre todo, temerosa, porque no quiere que le pase nada malo; es por esto que la envuelve, la mima de manera tierna y constante con sus cabellos sin apenas separarse de ella y sin ninguna pretensión de compartirla con nadie. Y esta no es la opción más acertada.
Para ilustrar este relato metafórico sobre el amor maternal y el instinto absoluto de protección, Kitty Crowther es fiel a los lápices de colores, a su peculiar personalidad estética y a la presencia de imágenes atrevidas, descaradas y subversivas para reforzar visualmente el texto. Este libro es también una especie de homenaje a los considerados diferentes del resto, raros o extraños y quién mejor que Crowther, una autora que despierta cierta controversia, para ejemplificarlo en forma de libro álbum. De esta manera, toda una serie de crustáceos, cangrejos, anémonas de mar, conchas, esponjas, flores y cualquier tipo de pájaros y otros animales aparecen junto a las dos protagonistas como una alegre decoración en imágenes de playas y otros paisajes naturales donde la fantasía y la imaginación enaltecen la delicadeza de los detalles y el onírico universo gráfico con reminiscencias de la pintura expresionista refuerza el tono mágico de la narración.
En resumidas cuentas, el ansia protectora de Medusa se convierte en una barrera que aísla a Anacarada del mundo exterior, tan lleno de cosas maravillosas que descubrir y, a pesar de que puede hacer cualquier cosa con los cabellos, como protegerla, levantarla, transportarla, alimentarla, guiarla y hasta enseñarle a leer y escribir, no puede ofrecer a su hija la libertad de relacionarse con otros niños.
Finalmente, Medusa claudica y lleva a Anacarada a la escuela para sacarla del aislamiento social al que la había condenado y hasta se corta el cabello, consciente de la rareza que espanta a los compañeros de la niña cuando la va recoger a la salida. Pero este gesto no se debe entender como una renuncia ya que el cabello con el tiempo volverá a crecer. Y, ahora que lo pienso, conozco muchas madres que se han tenido que cortar el cabello para dejárselo crecer una vez que han aprendido a ser la madre que realmente tenían que ser.
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