jueves, 15 de marzo de 2012

La doble autoría en la narración visual


En casa de mis abuelos es un álbum ilustrado que corre cierto riesgo de pasar desapercibido, si lo reducimos a un resumen argumental que es tópico en la literatura infantil: los abuelos son gente simpática, con la que pasan cosas especiales. Pero la propuesta de Arianna Squilloni y Alba Marina Rivera va mucho más allá de un par de anécdotas graciosas o un suceso divertido.

En primer lugar, formalmente, porque es de los casos de elaboración conjunta donde no tiene sentido hablar de texto e ilustraciones, sino más bien de una doble autoría que hace despegar el conjunto. En segundo lugar, narrativamente, e incluyendo a este respecto la narración visual, porque hay un doble proceso de contención y reducción de elementos a un mínimo (de ahí la posible falsa apariencia de sencillez) y un proceso paralelo de diversificación y multiplicación de los hilos narrativos; para el lector esto supone tanto que la historia adquiera especial vivacidad (un mundo de ficción que, al final, creemos poder tocar con los dedos) como que se le ofrece una multitud de detalles más o menos diseminados en los que vale la pena fijarse.

A modo de introducción, las guardas delanteras presentan un solo tema, el de la lluvia, mientras las traseras nos lo devuelven transformado en lluvia normal y lluvia de colores. Esa lluvia es un leitmotiv que va uniendo las páginas y narra por sí sola, con un cielo que se va oscureciendo progresivamente hasta que llueve, un salto temporal al verano y la nueva aparición de la lluvia, ahora con un efecto original (...). Se nos presenta una frase por página, aproximadamente; pero mientras, en la ilustración, van pasando muchas cosas que también cuentan. Por ejemplo, que la lluvia anunciada por las guardas ya ha llegado, antes a la imagen que a la palabra.

El aire realista general apenas se rompe, pero lo hace significativamente en dos puntos, al menos. Por un lado, de manera evidente, en la ilustración final, que mezcla verano e invierno como mezcla presente y recuerdo, y convierte el interior de la casa en algo tropical, pleno de fuerza, por contraste con el color otoñal de la mayoría de la narración. Por otro, en la integración del ser humano, con su entorno, hay un árbol que recuerda claramente la figura del abuelo y así lo vamos viendo, de más cerca y más lejos, en una u otra perspectiva, en invierno pelado y en verano frondoso.

En su conjunto, pues, en lugar de hablarnos de lo chachi que son los abuelos, como pudiera parecer en un vistazo injusto, el álbum nos habla de la vida en general, tal cual pasa, con las dificultades y sobre todo la hermosura, la felicidad y la alegría de la vida compartida, con las huellas que dejamos unos en otros. Todo con una concisión, elegancia y multiplicidad de líneas coordinadas que, personalmente, me ha parecido admirable.

Reseña original publicada, con mayor extensión, por Darabuc en Revista Babar.


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